SIN ESPINAS
El paquete de Aznar
Por Javier de la Rosa3 min
Opinión16-12-2002
No es lo mismo decir que Aznar ha conseguido ser un paquete de medidas extraordinarias durante la crisis del Prestige que decir que el paquete de medidas conseguido por Aznar durante la crisis del Prestige ha sido extraordinario. En cualquier caso, me figuro que el relativismo reinante permitirá que ambas afirmaciones sean una verdad como un templo dependiendo de a quién le interese pronunciarlas. Para mí, ambas son tan falsas como exageradas, por lo que más allá del juego de palabras, ponen de relieve el vicio de la mal llamada "lógica política". Esa que tiende a exagerar sus discursos hasta convertirlos en una irrazonable mentira cuyo abominable producto es el mensaje que le llega al ciudadano de a pie. El paquete de medidas y ayudas conseguido por Aznar tanto del seno de la administración española como de la europea no es nada desdeñable. Es sólido y se adecúa a la responsabilidad, diligencia y eficacia negociadora que hay que exigirle a un buen mandatario. Aznar ha aprovechado sus talentos políticos para conseguirlo. Sin embargo, el sábado fue a Galicia con otro paquete bajo el brazo. El de la soberbia. Lo camufló con un discurso tímido y suave en el que esbozó de nuevo y con la boca pequeña que se han podido cometer errores. Pero volvió a perder la ocasión de decir: me equivoqué al no venir a Galicia nada más producirse la tragedia. Sin duda, ese acto es mucho menos importante que gestionar bien la crisis -cosa que tampoco ha hecho-, dotar a la zona de recursos -qué vamos a decir de esto-, conseguir las ayudas para los pescadores o establecer los acuerdos internacionales para que nunca más se produzca otro desastre similar -sin duda su mejor carta de presentación-. Ir a Galicia es menos importante y, desde luego mucho, más fácil. Pero aparecer por las playas afectadas no tiene sólo el valor político de hacerse la foto, que como buen político él también ha buscado siempre. Tiene el valor de la cercanía del representante con el ciudadano, actitud deficitaria en sus últimos años de mandato. La altura de su atril le deja ver cada vez menos a los que se sientan en los bancos. Sin embargo, Aznar no dejó de ir a Galicia por soberbia, sino porque en los primeros días ni él ni su Gobierno supieron ponderar la magnitud de la tragedia. Siempre ha hecho acto de presencia al lado de las víctimas del terrorismo. La soberbia se manifiesta cuando, a medio camino, con el chapapote hasta el cuello y con el pie cambiado, decide inventarse un discurso que ha defendido a muerte: “Yo traigo medidas y no vengo a hacerme fotos”. No sólo eso, señor Aznar, sino que viene a hurtadillas, avisándolo un viernes a las 11 de la noche para que a las protestas y los huevos del sábado nos le de tiempo a organizarse. Su proceder le delata. Tan capaz que es, seguro que los flashes de las fotos en las playas gallegas no le hubieran nublado la mente para trabajar tan eficazmente en el plano burocrático como lo ha hecho. Las dos cosas eran tan compatibles como que Aznar sabe que la política es también estar cerca del pueblo. Es la desgraciada diferencia entre valor y coste político en un mundo dominado por la imagen. El mismo coste que supondrá la soberbia de no reconocer que aunque uno sea o se crea muy bueno, también se equivoca.