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SIN CONCESIONES

Lágrimas de felicidad

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura2 min
Opinión03-12-2001

La vida es una carrera de fondo hacia la felicidad. A veces, se llega a la meta en poco tiempo. Otras, concluye la competición sin saber siquiera lo que significa realmente ser feliz. Lo importante, de uno u otro modo, es no dejar de correr. Aunque los sueños se hagan realidad y la meta quede atrás después de haberla superado. La felicidad es en sí también una carrera de fondo en la que reducir el ritmo puede suponer que bajen los ánimos, las aptitudes y los principios éticos caigan al suelo hasta romperse en añicos. El mayor enemigo en toda competición siempre es un exceso de confianza. El Hombre ha confundido desde hace décadas el verdadero fin de esta vida. Tanto es así que, en ocasiones, hace de los medios fines y convierte el fin último en un placer pasajero. Ser feliz no es emborracharse una noche con los amigos. Aunque muchos lo piensen y lo hagan. Ser feliz no es comprar el mejor coche o cambiar el móvil en cada nueva versión. Aunque lo crean. Ser feliz es mucho más que un estado de trance pasajero y fugaz al que generalmente sigue una resaca e, incluso, el arrepentimiento. Tampoco es un sentimiento platónico, utópico o antagónico con la propia vida. Vivir es de por sí una felicidad, un don de Dios y de nuestros progenitores. Quien ama la vida y ama a los demás siempre llega a ser feliz, antes o después de acabar la carrera. La meta está escondida en el lugar menos pensado: una puesta de sol, una amistad, un trabajo, una conversación, una fotografía, un abrazo... Quien verdaderamente es feliz en la vida lo es cada mañana cuando se despierta, aunque no se dé cuenta. Un gesto o un día especial basta a veces para recordar que la meta quedó atrás hace tiempo y, a pesar de eso, se sigue corriendo. Es el modo extraño que tienen algunos de dar las gracias. A la vida y a los demás.