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SIN ESPINAS

De lo escrito sobre Escrivá

Fotografía
Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión14-01-2002

A lo largo de la semana lo escrito sobre el fundador del Opus Dei ha sido mucho. El motivo de tanto derrame de tinta y saliva era doble: se cumplía el centenario de su nacimiento casi a la vez que el Vaticano decidía canonizarlo. De esta controvertida figura se habla mucho -bien y mal-. Lo verdaderamente curioso es que siempre que sale a la palestra mediática aparecen detractores ofuscados que ven que todo lo que hizo Escrivá de Balaguer estuvo mal. Y por otro lado, están los que desde dentro de la Obra divinizan su figura hasta límites tan desmesurados como irrisorios. Como dijo por ahí un sabio: los extremos se tocan. Así, que no será ni tanto ni tan calvo. El que suscribe piensa que, en este caso, es mejor creer en la opinión más prudente. Opinión que, por estar en el medio, se alejará con equidistancia de las otras dos. Aunque esta manera de enjuiciar la realidad no nos valdrá para todo en la vida, si me quedo en el término medio no estoy haciendo otra cosa que admitir que don Josemaría, en definitiva, era un hombre. Es decir, que hizo cosas buenas y otras menos buenas. Cometió errores como cualquier humano. Pero siendo sus errores importantes y con trascendencia, con trascendencia e importantes también fueron las cosas que hizo bien. Cualquiera que haya conocido a un hombre bueno y sabio sabe que hace falta mucha caridad, bondad, fuerza y sabiduría para mover a más de 84.000 personas en todo el mundo. Más aún, perdurar tras la muerte, no como otros líderes que extinguieron con su vida la falacia de su discurso. Lo de que le proclamen santo desde aquí, desde la tierra, ya no sé. Pero le doy más fuerza a la ausencia de juicio que un ignorante listo se aplica a sí mismo, que a aquel que por creer que lo sabe todo sobre procesos de canonización se atreve a decir que Escrivá es santo del poder, el dinero y el tráfico de influencias. Yo me conformaré con que Dios me ponga a su diestra aunque nadie se entere de ello. Ahora, mientras viva, no me fiaré nunca ni de los enfervorecidos que tratan de aupar a su líder a los altares más altos, ni de aquellos a los que sin creer en Dios, ni en la Iglesia, ni en nada, les molesta que un hombre -con sus defectos y virtudes- sea reconocido como eternamente bueno más allá de los “jamases”. A esos les digo que se alegren, porque esta canonización le hace bien incluso a ellos. Pues ahora serán más perfectos al afirmar que Escrivá de Balaguer no es Santo de su devoción.