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TURQUÍA

PKK, una lacra de la Guerra Fría

Por J. F. LamataTiempo de lectura2 min
Internacional28-10-2007

"Tengan cuidado con los kurdos", fue la advertencia que hizo el delegado de Turquía a EE.UU. cuando éstos decidieron contar con el apoyo kurdo en su invasión a Iraq. A los kurdos no les faltaban motivos para hacer causa común con los estadounidenses, el odio hacia Sadam Husein era equivalente al que el dictador iraquí sentía hacia una etnia que persiguió y gaseó.

Un vistazo a la historia del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) muestra a una banda terrorista que permanece anclada en la Guerra Fría incapaz de evolucionar al compás de los tiempos. Su aparición se produjo en la frontera entre Turquía e Iraq. El Gobierno turco, a pesar de ser considerado país que violaba los Derechos Humanos, era miembro de pleno derecho de la OTAN (EE.UU. le necesitaba como aliado estratégico contra la URSS). Así pues, la aparición del ultraizquierdista-secesionista PKK, supuso una molestia para los gobiernos de Ankara y Bagdad, que siempre se han acusado mutuamente de permitir la guerrilla. El PKK tenía como objetivo la independencia de la zona del Kurdistán para convertirlo en un estado de principios marxistas-leninistas. En sus inicios el PKK se parecía mucho a ETA, en sus inicios, aunque posteriormente ambas organizaciones han dejado muy de lado esos principios. La población kurda –aproximadamente, 10 millones en la peculiar zona- aplaudió aquella banda frente a los gobiernos totalitarios de iraquíes y turcos. Cuando en 1988 el Gobierno iraquí con Ali el Químico -recientemente condenado a muerte- a la cabeza inició el "genocidio kurdo", Ankara comprobó cómo una oleada de refugiados kurdos penetraba en Turquía, que se declaraba neutral en aquellas componendas. Pero el aumento de población kurda suponía un problema, más si eso significaban apoyos al PKK, aunque en 1991 se legalizara el idioma kurdo. En 1993, la cuestión kurda alcanzó una grave dimensión cuando desde la Presidencia turca se anunció su intención de zanjar el problema del PKK por la vía militar, incrementando la represión. El hermetismo de la información en Turquía dificulta las corroboraciones, pero el Gabinete turco acusó al líder del PKK, Abdala Ocalan, de un total de 30.000 asesinatos que, según Ankara, habría cometido el PKK. Ocalan logró apoyos en Europa donde algunos le consideraban como un luchador legítimo contra el opresor. Finalmente, se le reconoció como terrorista y fue entregado a Turquía siendo condenado a muerte en 1999, aunque finalmente se le conmutó la pena por la cadena perpetua. Quizá como agradecimiento, Ocalan pidió al PKK que cesara la lucha armada. Sin líder y sin apoyo internacional, el PKK (rebautizado en Kadek) se disolvió en 2003. Su reaparición ahora, con lucha armada incluida parece motivada por el protagonismo que han tenido por su apoyo a las tropas americanas para derribar al régimen de Sadam en Iraq. Quizá los millones de kurdos merezcan un Estado, autonomía u otro tipo de regulación, pero con los precedentes de Bin Laden, Noriega o el propio Sadam, EE.UU. debería recordar que no sería la primera vez que un antiguo aliado se vuelve un mortal enemigo.