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FÚTBOL

‘Ronaldinho’: el ‘mago’ de la sonrisa perpetua

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura3 min
Deportes28-11-2005

Su eterna sonrisa y el gesto de buen rollo –dígase mover las manos cerradas, excepto dos dedos: el pulgar y el meñique–, que lo ha hecho famoso en todo el mundo, delatan que vive feliz. Disfruta y no lo esconde. Aun así, la emoción estuvo a punto de hacerle saltar las lágrimas cuando recibió el Balón de Oro.

Ronaldinho se crió en una favela (barrio marginal) de Porto Alegre, en el sureste de Brasil, que emanaba fútbol por los cuatro costados. Su padre, João da Silva Moreira, fue guardameta del Gremio y lo acompañó con siete años a las instalaciones del club. Allí ya lo esperaba su hermano, Roberto, quien se convirtió en su primer ídolo y ejemplo. Pronto demostró que podía hacer con el balón lo que su imaginación dibujaba. El verde del césped fue, de entonces, su alfombra favorita para disfrutar. Transcurridos 18 años, es habitual verlo rezar con la mirada perdida en algún lugar del cielo. En sus está presente su padre, aquella persona que nunca tuvo dudas sobre su futuro y que, días antes de morir, transformó en palabras el sueño de toda una familia: “Serás el mejor del mundo”. Ronaldinho respondió a la confianza infinita de su padre: “su ausencia me da tristeza, pero también me da fuerzas para esforzarme cada día más, para que esté donde esté se sienta orgulloso del hijo que dejó en el mundo”. La familia es la piedra filosofal de la alegría que rezuma. “Toda mi familia es mi admirador número uno y yo soy admirador de ellos. Mi familia es así, por eso los quiero de forma especial y sería capaz de dar mi vida por ellos”. Cuando decidió, en 2001, lanzarse a la aventura del fútbol europeo, fue una decisión complicada por separarse de su madre, dona Miguelina. Tampoco resultó sencillo, puesto que el Gremio puso trabas que retrasaron su llegada a Francia. Sin embargo, no guarda rencor de las malas artes –se dijeron algunas mentiras sobre él– y las altísimas pretensiones económicas. Ronaldinho es un gran futbolista, pero también una persona de gran corazón. La humildad le hace desbordar alegría con los más necesitados, siempre con la sonrisa puesta. Aunque no esté guapo. “Guapo no soy, está claro, pero sí que me gusto”, que para ser solidario no es preciso ser un metrosexual, es frecuente verlo en actos solidarios, visitando a niños enfermos y apoyando las causas más diversas. En el PSG, sin embargo, no acabó de deslumbrar, aunque la selección brasileña le servía para sacarse la espina: ganó el Mundial sub-17 en Egipto, donde fue goleador del torneo, ganó la Copa América y ganó el Mundial de Corea y Japón. El pentacampeonato, sin embargo, no lo sorprendió demasiado: “siempre imaginé que sería campeón del mundo, desde pequeño”. Además de calidad técnica, Ronaldinho ha demostrado ilusión y determinación. En el verano de 2003, Joan Laporta le abrió las puertas del Camp Nou, y con él llegó a Barcelona la samba: después del fútbol, a Dinho se le van los pies con la música. Cuando salta al campo parece no haberse quitado los auriculares y despliega coreografías futbolísticas, piruetas que cobran vida en sus pies, que pronto encandilaron a la afición culé, hasta convertirse en el director de orquesta de un grupo de jugadores que convierte las patadas en arte. Se dejó ver en su primer año y desbordó en el segundo. Frank Rijkaard fue el complemento ideal para que Ronaldinho se hiciera con la Liga, su primer gran título con un club.