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ACHIQUE DE ESPACIOS

El día que Valero Rivera se hizo mortal

Por Nacho García BarcoTiempo de lectura2 min
Deportes29-04-2001

Fue hace un par de semanas, en Valencia, cuando percibió los primeros síntomas. A la vez que su Barça se dejaba parte de las opciones del título liguero a orillas del Mediterráneo, él pensó que quizá había llegado el momento. Ahora, unos días después de aquello, es consciente de que estaba en lo cierto. Más tranquilo, con la serenidad y la firmeza que siempre le han caracterizado, Valero Rivera, uno de los directores deportivos más capacitados del planeta para dirigir a un colectivo, sabe que es humano como todos, pero pasará a la historia por ser diferente. Ha sido distinto a cualquier entrenador hasta el pasado sábado. La derrota ante el Portland San Antonio en la final de la Copa de Europa de balonmano ha cerrado un ciclo en el club azulgrana y le ha convertido en uno más. Pero no en uno cualquiera, no. La dictadura más gloriosa que jamás haya conocido el viejo continente es obra suya. Un trabajo de chinos, difícil, complejo, duro. Porque nadie como este maño sabe lo que cuesta llegar a lo más alto. De ahí sus máximas exigencias de siempre. Valero Rivera es tan serio como aparenta. Raras veces se le ve sonreír, y se nota en el campo y en su equipo. Máxima concentración, máximo trabajo y éxitos sin fin, bien podría ser ése su lema. En su palmarés aparecen dos Recopas y cinco Copas de Europa consecutivas, que hablan por sí solas del carácter que ha imprimido este técnico al Barcelona en los últimos años, aunque tanta rigidez y tanta profesionalidad le hayan causado más de un disgusto con algunos jugadores incapaces de aceptar sus reglas. Pocas veces un entrenador tendrá tanto peso y tanto nombre en un equipo y en un deporte como él lo ha hecho. Aunque ahora ha traspasado la corona europea al Portland navarro, no piensen que aquí termina el trabajo de Valero Rivera. Él sabe muy bien eso de "renovarse o morir", y volverá a fabricar otro equipo campeón. Mientras esperamos nuevas noticias de V.R. desde la tierra, en Navarra, Portland ya toca el cielo con el galardón que acredita a los mejores.

Fotografía de Nacho García Barco