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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

El séptimo arte

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión27-10-2002

“En otro tiempo el espíritu era Dios; luego se hizo carne y ahora se ha convertido incluso en plebe”. Dice esto Nietzsche a propósito de los lectores. No del buen lector, respetuoso, que dedica su mejor hora del día a leer concentrado una obra literaria de calidad; sino de los lectores, de esos capaces de ojear obras maestras mientras van en autobús al trabajo entre los que, por cierto y por falta de tiempo, me incluyo. El buen lector se encuentra con las palabras y los requiebros, con la estructura de la obra, del párrafo, de la frase. Con el sonido de las palabras, con el ritmo de las sílabas, con los matices de significado y la mezcla de planos metafórico y objetivo. Se entusiasma comprendiendo cómo todo ello genera la armonía necesaria para que se revele a su corazón el sentido profundo de la obra. Los lectores mediocres, por el contrario, más que encontrarse y entusiasmarse -que son facultades del alma-, disfrutan. Disfrutan con la identificación con los personajes, vibran con la aventura y la acción, se emocionan con la historia. Disfrutan, vibran, se emocionan. Facultades más vinculadas al cuerpo. El genio alemán podría hoy extender este análisis a otras artes y, cómo no, a la más popular de todas: el cine. El espectador medio de cine no es mediocre porque sea éste un arte popular; pero es evidente que por ser popular, por ser “el de todos”, es al que más acuden los acríticos mediocres. Pero no sólo el público, también el cine, como tal, es muchas veces mediocre, por ser negocio y, más concretamente, por ser negocio americano. Cada vez que acudo a una sala comercial veo esto con mayor claridad. La última vez, el pasado sábado. Dos personas tuvieron el valor de hablar por el móvil una vez comenzada la película, otras hablaron durante la proyección y hasta el acomodador y una azafata entraron al final del filme, encendieron las luces nada más comenzar los créditos y se pusieron a charlar animosamente y a invitar al público a abandonar la sala. Me gustaría explicar que los créditos son esenciales en la película, que forman parte del ritmo total y culminan la historia, que invitan al espectador a guardar un silencio de resonancia invadido por el eco de toda la obra, que resuena más personalmente que nunca por el corazón de quien permanece atento. Pero, claro, cómo explicar esto a un humilde espectador cuando el propio medio -sala de cine o cadena de televisión, que corta los créditos por anuncios-, supuesto garante de sus contenidos, es el primero en desconocerse a sí mismo.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach