ANÁLISIS DE SOCIEDAD
La foto del torero
Por Almudena Hernández3 min
Sociedad01-02-2016
Quizás esta semana España sea más taurina que tras la polvareda antitodo que levantó la fotografía de Francisco Rivera toreando una vaquilla con su bebé en brazos. Quizás este febrero largo arranque con una ovación provocada por otro torero, pero esta vez protagonizando imágenes en la capital de México ante una plaza llena con 40.000 almas. ¿La tauromaquia no era cosa sólo de España?
Quizás este febrero recién parido, gracias a lo de José Tomás en la México, aunque sin triunfo rotundo ni portadas, inculque a algún chavalillo, después de verle vestido en su terno rosa y oro, el gusanillo de seguir sus pasos, con la ilusión de aquel chaval que hace casi un cuarto de siglo se vestía de luces ante sus paisanos en un pueblo madrileño. Si no salen mal las cuentas, aquel José Tomás tendría 15 años. Vestía de azul marino y oro, si la memoria no falla. Su cara de crío aparecía en aquel cartel de grandes letras rosas, en un festejo también presenciado por niños que, como no podía ser de otro modo, traumatizados, acabamos delinquiendo.
Años más tarde los alamares de José Tomás brillaron a triunfo bajo la lluvia en la plaza de Las Ventas de Madrid, capital del toreo. Pese a la meteorología, éramos bastantes más que en la tarde del azul y oro en la sierra. Pero aún no se encontraban entre sus seguidores las masas de culturetas progres (ojo, que el toreo no es “sólo” de derechas), las de palmeros que presumirían después una y otra vez de haber presenciado tremenda hazaña, ni los capitalistas que se ufanan tras la muerte del toro para sacar al hombre-dios por la puerta grande. El mito aún no había nacido y José Tomás hablaba con la prensa tras triunfar bajo la lluvia capitalina con su terno verde y oro.
José Tomás era el torero del pueblo. De todos. El que hoy podría tener apoyos mayoritarios para formar gobiernoLuego siguieron los triunfos y verle en directo se convirtió en una hipoteca sin claúsula suelo para muchos. José Tomás era el torero del pueblo. De todos. El que hoy podría tener apoyos mayoritarios para formar gobierno. Y eso que por entonces también se apuntaron los de la casta a verle. Sin embargo, en los vuelos de su muleta, prolongación de su temeraria inteligencia vertical (varios revolcones se ganó este domingo en México, para variar...), se prendieron reyes y republicanos, atléticos y Sabinas, buscavidas y toreros, algún cura y más de una plebeya. Y su figura continuó creciendo como se multiplicaron los puntos de sutura en su piel, las transfusiones en sus venas y los silencios en torno a él. Todo ello inversamente proporcional a sus calculadas e inmensas tardes de gloria. Hubo varias reapariciones (parece que siempre que se anuncia en un cartel es una de ellas). Y muchas veces toreó como los ángeles, transmitiendo ese pálpito, ese miedo y esa emoción creadora. Lo logró. Ese es su mérito. La clave de la diferencia. Y hay que reconocerlo.
Pero hay algo en José Tomás que nunca me gustó y que, para muchos, también me condenará como alma en pecado mortal. Quizás sirva de atenuante que se lo dije en persona. Tampoco me gusta cómo torea Francisco Rivera, y eso que como el torero de Galapagar fue merecedor de la Medalla al Mérito de las Bellas Artes. A Tomás no le cayó bien la decisión del gobierno de Zapatero de condecorar a su colega y anunció que rehusaba a la suya. Gesto feo, como el de dejarse vivo un toro en Madrid (no quiso matarlo) mientras su compañero Miguel Abellán cortaba una oreja y resultó cogido. Aquel día Tomás también llamó la atención de los focos en este mundo donde es noticia la foto de Rivera. Y claro, para el silencioso José Tomás que movilizó a 40.000 almas en México. Aunque el triunfo fuera para su compañero de cartel, Joselito Adame, la mayoría de las fotos fueron para él. El torero.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
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