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“No nos quedan más comienzos”

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión20-02-2011

Así inaugura Steiner su Gramáticas de la creación. La primera letra, iluminada y enorme, de los códices medievales, recoge visualmente la máxima platónica de que “en las cosas, naturales y humanas, el origen es lo más excelso”, continúa. Esta obra tiene un claro sabor finisecular. Se muestra pesimista respecto del futuro y recoge el “cansancio esencial” del hombre occidental de recuerda un siglo XX que llegó cargado de promesas y se fue traumatizado por las guerras mundiales y particulares y por el fracaso de las utopías políticas. El milagro de la educación y de la organización del estado moderno, el milagro de la ciencia y de la tecnología, el milagro de la economía y el paraíso del bienestar. La metáfora perfecta de la modernidad, dice Steiner, es La Metamorfosis de Kafka. El hombre queda trasmutado en bicho, aplastado por la burocracia, el trabajo alienante, las relaciones puramente funcionales y el universo de cosas que ha construido. El hombre, instalado en un universo de cosas, queda reducido a mera cosa. Para Steiner, es precisamente la noción de esperanza la que hoy resulta más problemática. La esperanza está cargada de futuro. La esperanza es un acto del habla que presupone un oyente. La esperanza es un acto del espíritu humano que vence, al menos parcialmente, la muerte y la banalidad. Cuando el hombre no cree en el futuro, la esperanza se queda sin munición. Cuando el hombre no obtiene respuestas del otro, la esperanza queda suspendida. Cuando el hombre no combate la muerte y la banalidad, no necesita la esperanza. No hay esperanza, dice Steiner, por “el eclipse de lo mesiánico”, que hace que se resienta “el tiempo futuro”. Así queda Occidente. Cabe preguntarnos qué pasa con el Oriente. Marruecos, Egipto, Líbano, Bahérin… pero también Afganistán, Irak y tantos otros, por no hablar de China. Países que no hace mucho historiadores y politólogos consideraban dormidos, países que hoy parecen haber despertado, aunque muchos nos preguntamos si no serán países que han caído en otro sueño, agitado por revolucionario, justo el sueño del que Occidente despertó a fuerza de mucha sangre en el siglo XX. El quid se encuentra, insiste Steiner, en el concepto de comienzo. Por eso la esperanza no puede ser nunca sólo una cuestión de futuro. Ha de serlo de pasado, de origen fundante de una realidad valiosa. La esperanza se alimenta del tesoro que ya nos ha sido dado y que debemos conservar y alimentar como podamos. Y ha de vertebrarse y encarnarse en el presente. No encarnar ya, aquí y ahora, con todas las limitaciones, pero con toda la fuerza posible, las razones de nuestra esperanza, es matar ya esa semilla de esperanza. Sacrificar el presente por un sueño futuro es matar ese sueño, pues para la generación venidera ese sueño, sólo pronunciado y no vivido, no será ya más que palabras. Utopías. Razones huecas. Un mal chiste. Una mueca sardónica y cruel que promete todo sin dar nada. Ese fue el error revolucionario de Occidente. Matar el pasado y despreciar el presente. Y el movimiento pendular nos ha llevado al movimiento contrario: matar el futuro y perder la esperanza, quedarnos temblorosos con los logros alcanzados… y matar la pregunta por el futuro. “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”… o como estaba justo antes de la crisis económica, parece rezar nuestro occidente agnóstico. Volver al origen, hacerlo presente y sembrarlo para que crezca en el futuro. Quizá no nos quedan más comienzos. Pero es cierto que algunos comienzos muy hermosos se nos han revelado eternos. Sólo así, presente, pasado y futuro se presentan como lugares y tiempos donde la vida se ensancha.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach