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ANÁLISIS DE DEPORTES

Enhorabuena, don Alfredo

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura2 min
Deportes17-02-2008

Este fin de semana, aunque en el buen sentido, he terminado un poco harto de tanto homenaje como se ha rendido a Alfredo di Stéfano. Aunque Florentino Pérez ya le hizo un guiño en la celebración del centenario del Real Madrid, la fiesta sanvalentinesca -que Ramón Calderón inició con las renovaciones a largo plazo de los contratos de Raúl González e Íker Casillas- ha contado con múltiples invitados de lujo, encabezados por el presidente de la UEFA, otro ex jugador ilustre como Michel Platini. Se han dicho muchas cosas, y aunque no todas ellas con sentido -tales como el supuesto trasfondo político con el régimen franquista-, lo cierto es que el alcance de la figura de Di Stéfano, y su generación, la de las cinco Copas de Europa -jugó con unos tales Ferenc Puskas y Francisco Gento, entre otros ilustres-, significaron el resurgir de un club, el Madrid, que lo conoció en la fiesta del cincuentenario, cuando la Saeta Rubia jugaba en el Millonarios de Bogotá (Colombia), tras haber tenido que salir de Argentina, donde jugó con el River Plate, por una huelga de jugadores hartos de no cobrar sus salarios. El argumento más sólido que he oído estos días ha sido que, al margen de las comparaciones con el brasileño Edson Arantes do Nascimento, Pelé, con el holandés Johan Cruyff y con el argentino Diego Armando Maradona, que pudieron ser algo más finos, más talentosos, más pulidos, don Alfredo fue el pionero de los llamados cracks mundiales. Lo hizo, además, a ambos lados del Atlántico, en una carrera que duró dos décadas… y a la que aún dedicaría otras dos más como entrenador, que le sirvieron para seguir sumando títulos en Argentina y España, aunque no tantos como jugador. Di Stéfano, aún hoy, sigue teniendo algunas de las virtudes que lo adornaron siendo jugador y lo convirtieron en único, en inimitable: don Alfredo siempre tuvo claras las virtudes del buen jugador: generosidad en el esfuerzo, estar allá donde se necesitaba, liderazgo, ni mucho menos incompatible con la sencillez, con no complicarse… dorado, además, con una personalidad arrolladora, franca, modesta, amigable y capaz de soltar las risas, como sucedió en su discurso, leído por la emoción al descubrir la estatua que se ha ubicado, en su honor, en la Ciudad Deportiva del Real Madrid. En una Liga alocada, donde la regularidad y el trabajo, entendidos a la manera de estos héroes, con más competencia que 50 años atrás, pero también sin aquellos personajes ambiciosos y casi incansables como Di Stéfano y Ladislao Kubala, vinculados de por vida a sus clubes, se echa de menos a tipos como el mítico argentino: de ésos que, además de tener el adorno, tenían la sustancia del fútbol.

Fotografía de Roberto J. Madrigal