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SER UNIVERSITARIO

Un grito por la paz

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión09-09-2006

Balansiyya, un grito por la paz, es uno de los musicales estrenados en Madrid para esta temporada. La puesta en escena es interesante y el uso de las tecnologías audiovisuales da algunas pistas sobre los nuevos retos del musical en el siglo XXI. No obstante, lo que hace a este estreno digno de un comentario es algo bien distinto: lo sorprendente del cacao mental del padre “intelectual” de la cosa. Llama la atención que rondando el aniversario del 11-S estrenemos en Occidente una obra en la que el intolerante rey español es aleccionado por el moderado rey islámico con semejante frase: “No hay pecado mayor en el hombre que el adueñarse de la voz de Dios”. Sólo se nos podía ocurrir a nosotros. Pero así transcurre toda la obra, un folletín cuajado de buenas intenciones, pero sin pies ni cabeza. El modelo de convivencia allí representado es el del “amor”. Pero no el del amor que significa vivir sacrificadamente por una causa mayor que uno mismo. Sino el amor ñoño de un príncipe cristiano y una princesa mora que nada más conocerse se fugan, retozan en un lago y se separan después de haberse engañado mutuamente respecto de su propia identidad. Es decir, el modelo de convivencia es enamorarse perdidamente de una ilusión. El modelo de convivencia pasa también por no pelearse por credos ni dogmas de fe, sino por saber que en realidad todos los dioses son uno y dicen una misma cosa -¿y quién establece ese dogma de fe y dicta qué es esa cosa que dicen por igual todas las religiones, aunque ellas mismas no lo sepan?-. El musical pasa por ser una analogía histórica de Al-Andalus, pero nos presentan a una princesa y guerrera mora heredera del trono, a unos judíos encantados de que una hija de su pueblo se convierta al Islam, a un rey moro monógamo que se reúne democráticamente con su séquito y a un eunuco gay que sueña con ser él mismo, es decir, como la princesa. Podría estar de acuerdo con el autor en que el amor es la clave de la convivencia, pero no puedo admitir que ese modelo de amor sea el de dos adolescentes ñoños y encoñados. Podría estar de acuerdo con el autor en que Alá y Dios y Yahvé son el mismo Dios, pero no puedo evitar partirme de risa cuando esa explicación la da un rey moro en plena Edad Media, al tiempo que su pueblo subraya que Alá, Dios, Yahvé, Jesús o Mahoma son sólo nombres. En definitiva, que el autor es capaz de convivir con la paradoja de vendernos que los valores de occidente son la guerra y la intolerancia; mientras que los valores del Islam son el amor, la convivencia pacífica y la igualdad entre los hombres, por encima de los credos religiosos. Naturalmente, la estrena en suelo Occidental, donde no le pasará nada por dejar mal a su propia cultura; mientras que en cualquier país islámico sería encarcelado o condenado a muerte por poner en boca de un rey moro semejantes discursitos sobre tolerancia e integración cultural. La ignorancia siempre es atrevida, pero en este caso la ignorancia histórica palidece frente a la ignorancia más absoluta de los valores de la propia cultura. Desde aquí aplaudiré todo intento de diálogo intercultural y de convivencia, pero, para hacerlo posible, primero hay que conocer bien nuestra cultura y la del otro. Si no, será un diálogo tan ciego, estúpido y trágico como el de los protagonistas de este musical.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach