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ANÁLISIS DE DEPORTES

Jugadoras ‘quemadas’

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura3 min
Deportes11-09-2005

Los éxitos tempranos han marcado la pauta de las últimas temporadas en las jugadoras que han comandado el circuito WTA: nombres como Martina Hingis, Venus Williams, Serena Williams, Justine Henin y Kim Clijsters han ejercido un dominio incontestable y rotundo, pero también fugaz. Sin embargo, todas ellas comparten un calvario con las lesiones, que con mayor o menor gravedad, las han forzado a pasar largas temporadas alejadas de la raqueta, o incluso, como sucedió con la suiza, a precipitar su retirada. Incluso Clijsters, pese a su victoria en el US Open, había anunciado para 2007, para cuando tenga 24 años, que abandonará la competición por las secuelas que comporta la exigencia y el durísimo trabajo en los entrenamientos. La regularidad de la estadounidense Lindsay Davenport es un caso excepcional, a expensas de que jugadoras de primera fila como Maria Sharapova sigan su camino. En todo caso, se trata de otorgarle a la número uno el beneficio de la duda, poco más. El caso es que, de un tiempo a esta parte, el vacío de poder en el liderato del circuito ha permitido retomar la igualdad y devolver el protagonismo a jugadoras que, tras un comienzo prometedor, habían caído en el lado oscuro del deporte, bien por no saber digerir la fama –como sucedió con Mary Pierce– y caer en la depresión, o como en el caso de la belga Clijsters, por las lesiones de cierta gravedad. El caso de Pierce tiene precedentes como el de Jennifer Capriati, que tras deslumbrar como adolescente a principios de los noventa, tuvo que pasar una dura penitencia y rehabilitarse de las drogas para volver, mucho más musculada, a disputar y ganar una final de Grand Slam. Pero para encontrar similitudes con jugadoras como Martina Navratilova, Arantxa Sánchez-Vicario y Steffi Graf, cuyas carreras supieron combinar los éxitos y la longevidad, hay muy poco que rascar entre las jugadoras que copan los primeros puestos de la lista: el tenis de coraje y técnica, no contaminado por la tecnificación absoluta, al menos en las grandes citas, hay que encontrarlo ya sólo en las hemerotecas. Cada vez son más extraños los casos de longevidad deportiva en un tenis que se ha visto dominado últimamente por la exigencia de una potencia física descomunal como camino más corto a los éxitos. A pesar de algunos casos puntuales de dopaje, la sombra de la sospecha –a tenor de la facilidad con que han pasado de la superioridad a la mediocridad– es una realidad en el tenis profesional. La terrible exigencia a la que se somete a jugadoras que aún no han alcanzado la mayoría de edad, que se alejan de su entorno familiar para entrar en las factorías de los cazatalentos, hace que las chicas sean un triste objeto de consumo, destinado a ganar el máximo posible en premios en el mínimo tiempo posible, sin tener en cuenta que el cuerpo humano –más aún el de la mujer– se resiste a ser tratado como una máquina. La dureza del calendario y la renuencia a querer descansar hace que los problemas físicos sean una moneda corriente, pero nadie busca soluciones para evitar que la quema de las jugadoras acabe por hundir el negocio del tenis femenino.

Fotografía de Roberto J. Madrigal