CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Juan Pablo II
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión03-04-2005
Muere el Papa del último cuarto del siglo XX. Muere el primer Papa del siglo XXI. Muere el Papa más relevante, casi el único, de quienes tenemos hoy menos de 30 años. Muere el Papa que ha marcado una época. Muere un hombre íntegro, ejemplo en diversas dimensiones. Y esta muerte ha de ser motivo de Alegría. Le llamaron el Papa mediático (yo prefiero carismático) porque ha sabido llegar al corazón de millones de personas. De jóvenes y ancianos; de sanos y dolientes; de creyentes y de agnósticos; de valientes y cobardes. Fue actor, poeta, deportista, perseguido y viajero. Supo ser hombre además de Papa, y renovó el legado de Pedro con voz firme, actos poderosos, rupturas simbólicas de protocolo y ejemplo de amor y constancia lejos de las beaterías blandas de tantos y tantos obispos. Sobrevivió a un atentado y perdonó a su asesino. ¿Qué mejor personaje para una película épica? Sólo que, esta vez, el personaje es real. Y, aún así, esta muerte ha de ser motivo de Alegría. Le llamaron el Papa político y, aunque su mensaje está más allá de lo político, fue un acelerador de la caída del comunismo y del muro de Berlín. Gorbachov dijo de él que no se entiende la actual Europa del Este sin su persona e influencia. Supo mantener el sentido de patria y de amor a la propia tierra al tiempo que condenó los nacionalismos exacerbados y se mantuvo firme en la vía de la paz y del diálogo enfrentándose a césares como George W. Bush, quien, no obstante, intentará ir a su funeral a brindarle homenaje. Ganada ya su lucha al comunismo, batallaba ahora contra el capitalismo radical cuando la muerte le ha sobrevenido. Y, aún así, esta muerte ha de ser motivo de Alegría. Le llamaron el Papa intelectual porque supo ser fiel a la poderosa doctrina del doctor angélico, Tomás de Aquino, pero alimentó aquella filosofía con un pensamiento propio enriquecido con la meditación de los místicos españoles y con el pensamiento personalista más actual. Ha comprendido y encarnado el filosofar cristiano como un pensar a un tiempo teocéntrico y antropocéntrico, representado por la figura de Cristo, Dios y Hombre, superando el angosto ateísmo y las religiones que esclavizan al hombre. Recordó que la Iglesia es el camino del hombre, pero se atrevió a decir también que el hombre es el camino de la Iglesia. Y, aún así, esta muerte ha de ser motivo de Alegría. Le llamaron muchas otras cosas. Pero fue, sobre todo, un buen discípulo de Jesús el Nazareno. Su pedagogía hecha vida nos enseñó que el hombre es peregrino en este mundo. Su apostolado nos enseñó que esa peregrinación viene marcada por el amor. Vino a decírnoslo de viva voz el pasado 2003. Un amor fundado en el abrazo de la cruz del sufrimiento como signo de victoria sobre este mundo. Pero, también, un amor marcado por su honda visión de la mujer, representada por María y su totus tuus, “todo tuyo”. Y, a pesar de que este gigante nos deja, esta muerte ha de ser motivo de Alegría. Si no, su mensaje carece de sentido.