ANÁLISIS DE LA SEMANA
Dos terrones... ¿españoles?
Por Gema Diego2 min
Economía17-07-2004
Ir a tomar un café es más que un rito para mucha gente, y no sólo por la compañía y las conversaciones que se han tejido en torno a una taza caliente cuando en invierno el termómetro marca fuera menos de cero grados. Ir a tomar un café también incluye la mitomanía de los objetos que rodean esa costumbre. Cada bar, cada cafetería, tiene sus tazas, sus platillos, su marca favorita de café y, cómo no, sus azucarillos. Sobrecitos cuadrados, alargados, terrones, azúcar blanco o moreno, con el nombre del negocio o con información curiosa -últimamente, los hay con los signos del horóscopo chino-, de distintas partes de España. La broma de turno: no hay que olvidarse de agitar el azucarillo antes de abrirlo, porque si se agita después... uno puede acabar dulce y bien embadurnadito de azúcar. El caso es que, hasta ahora, todo ese azúcar que nos daba su puntito de sabor a la vida era siempre español. ¿Y a partir del 2008, qué? Al comisario Franz Fischler, después de ensañarse con los olivareros, le ha dado por golpear al castigado campo de Castilla y León –la comunidad que más remolacha produce- con una reforma que pretende ningunear la capacidad productiva de los agricultores españoles. En España, es muy difícil cultivar remolacha por la escasez de agua, y aun así unas 20.000 personas viven de ello. Con la reforma, con los precios y las pocas facilidades que dará Europa, será imposible competir con ningún país, ya sea de dentro o de fuera de la UE, y encima el descenso de la cuota de producción española nos obligará a importar azúcar. De hecho, España ya consume más de la que transforma en sus fábricas. Dice Fischler que el mercado del azúcar hay que modernizarlo, que no hay quien lo sostenga, y que las 20.000 personas que se van a quedar en la calle iban a perder su trabajo de todas formas. La cuestión ya no es la supresión de los puestos de trabajo, sino el hecho de que éstos desaparezcan de golpe. Si el destino del sector azucarero español era caer por su propio peso con el paso del tiempo, al menos había tiempo para preverlo. Ahora, el desastre llegará de repente. El último regalito de Fischler.