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ANÁLISIS DE CULTURA

Los flamencos son de plástico

Fotografía
Por Marta G.BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura28-06-2017

Entre dos continentes aguardaba el milagro teñido de cálidos colores verdes y amarillentos. La posada de más de 300 especies de aves que la escogen cada año para hacer un alto en el camino de su largo viaje. En Huelva, la orilla de las tres carabelas, que decía Manuel Machado. Sus caballos viajaron a América, también descubrieron el nuevo mundo.

Doñana vivió un boom en otras décadas como si de una Expo se tratara. Gracias a un biólogo vallisoletano este oasis casi colocado a propósito se convirtió en reserva, porque fue José Antonio Valverde el que convenció a Franco de que España podría quedarse sin una maravilla de la naturaleza que pedía auxilio a través de las aves que allí convivían o con el serpentear de su flora. Fueron 37 millones de pesetas la cantidad necesaria para comprar las primeras 6.700 hectáreas, cedidas más tarde al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Hoy cuenta con más de 108.000.

Y a ella le afectaron no las siete plagas, pero sí al menos cinco y la mayoría fruto del ser humano: su cercanía al Puerto de Huelva y el paso de los barcos, el desastre de Aználcollar, pero sobre todo la sobreexplotación de los recursos hídricos que podrían acabar con los acuíferos. ¿Los culpables? Los regadíos ilegales a los que todos miramos de reojo. No importan, dan trabajo. Se nos olvida que lo primero es beber y respirar. De avaricia se rompió el saco. Después de que se tomen medidas como clausurar pozos ilegales y controlar el paso se agua, el acuífero tardará según WWF hasta 60 años en recuperarse. Hoy no se sabe ni lo que se extrae. Añadamos a ello la sequía, unos años más acusada que otros. Después llegó el incendio que ha quemado el colchón que protege el Parque Nacional y los posteriores rumores de rectificación desmentidos. Puede que haya sido la chispa para poner el dedo en la llaga. 

Vivimos inmersos en una revolución digital que nos transporta a través de la vida como si nos hubiéramos subido a una escalera mecánica. El esfuerzo lo hacen ellas, nosotros sólo ponemos la cara y nos colocamos la medalla que lograron otros. Y nos olvidamos de que pertenecimos y lo hacemos a un mundo que va más allá de ello. Nos duele la naturaleza un minuto de telediario, quince segundos de titular en nuestro IPhone. Noticias que leemos desde nuestra nueva colchoneta de flamenco que posteriormente subimos a Instagram porque es lo más top. Hablar de medio ambiente no lo es, no está de moda.

Quizás tengamos que invitar a alguna celeb o influencer a hacer una campaña para, de una vez por todas, cuidar nuestros recursos. No es capricho, es supervivencia. Que los flamencos de plástico por lo menos sean una llamada de atención a los verdaderos, a los que nadie escucha.