Arte
El arte y la naturaleza de Gustave Caillebotte se fusionan en el Thyssen
Por Cristina González Boyarizo2 min
Cultura18-07-2016
Gustave Cailebotte era un personaje peculiar que fue mostrando su vocación pictórica con el paso del tiempo y que decidió tomar un camino diferente para gritar al mundo su auténtica vocación. Esta vez será el Museo Thyssen el que se hará cargo de presentar al público las proezas de este genio original y diferente, enmarcado en pleno impresionismo y cuyo virtuosismo se fue acrecentando con la práctica y que, a pesar de brillar toda su vida, se apagó a la temprana edad de cuarenta y cinco años.
La exposición Caillebotte, pintor y jardinero, se inaugurara el 19 de julio y concluirá el 30 de octubre. Supondrá las delicias de todo espectador mostrando hasta 65 obras que representan un recorrido por cada etapa profesional del artista. Principalmente, este se dio a conocer al mundo como millonario mecenas y coleccionista de arte, amigo de las tendencias pictóricas minoritarias y soporte económico de iconos como Renoir, Monet, Degas o Manet, entre otros, pero tuvo la suerte, gracias a su elevada fortuna, de poder dedicarse a sus grandes hobbies: pintura, horticultura y jardinería.
En sus inicios recibió la educación tradicional, sin embargo siempre quiso romper con los cánones preestablecidos y se declaró fiel enamorado de la naturaleza y la ciudad moderna, temas que siempre plasmó en sus creaciones. Además de en las temáticas, era bastante rompedor en lo tocante a la técnica de elaboración, donde predominan los puntos de vista oblicuos y las perspectivas de tipo cenital, que contribuyen a evocar cierto efecto de tensión al resultado final. También sentía una gran atracción por la fotografía, y eso se notaba en sus cuadros. Un virtuosismo poco evidente aumentaba día a día y actualmente se le han reconocido bastantes aportaciones, entre ellas, su originalidad en la composición, con esos ángulos recortados y escenas nunca vistas.
Su punto fuerte fue la pintura al aire libre. Gustaba de retratar a las nuevas clases sociales que iban poblando las capitales, tanto a la burguesía como a la clase obrera y fue uno de los principales testigos de cuantos cambios estaban teniendo lugar en la urbe parisina entre los años 1852 y 1870, no obstante sus ilustraciones no hablaban de la modernidad que destilaban los mejores cafés o centros de ocio, sus pinturas reflejaban el sentir de vidas y personas.
En otro orden de asuntos, forjó una sincera amistad con Monet, propietario de un jardín en Giberny, que le descubrió su segunda pasión, la horticultura. Así, después de comprarle a su hermano la parte proporcional de Gennevilliers, se instaló allí definitivamente en 1888, junto a su pareja Charlotte Berthier. Poco a poco fue construyendo su jardín con huerto soñado ampliando y mejorando sus terrenos día a día, a la par que se especializaba en el estudio de la naturaleza, clasificando linealmente cada planta, a la cual dedicaba un espacio de terreno. Cada vez las herramientas usadas resultaban más eficaces.
Obviamente supo mezclar a la perfección su faceta de pintor y jardinero. Recurría especialmente a los primeros planos, destilando siempre una intensidad lumínica fuera de lo corriente. Sus composiciones mostraban una parte de ese universo personal y resultaban de una intimidad extraordinaria, retratando habitualmente distintas flores o espacios de su rincón favorito.