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CREAR EN UNO MISMO

Rodéate de los mejores

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión23-01-2012

Creo que la primera vez que escuché este consejo fue en boca de Aristóteles y, sin duda, es un adagio habitual entre los clásicos romanos, como Séneca. Me acordé de él porque durante siete días han compartido los titulares de Opinión de LaSemana.es Steve Jobs y Manuel Fraga, y ambos trataron de vivir esta máxima, que citaban habitualmente. No deja de ser un consejo análogo al que examinábamos en el artículo anterior: déjate exponer a las grandes obras de los seres humanos; pues te mejorarán a ti mismo. Pero nunca me paré a pensar en ella en serio, porque “los mejores” siempre me ha parecido una expresión peligrosa. ¿Quiénes y en qué sentido son “los mejores”? ¿Los que no son “los mejores” no merecen nuestro tiempo, compañía o atención? En boca de Jobs, la respuesta sería algo como: “No, lo que no es lo mejor es una mierda, pasa de ello”. Pero en boca de Aristóteles, Séneca o Fraga, la respuesta sería otra, de ahí que merezca la pena examinar el contenido de la expresión “los mejores”. En un primer contexto, en que conviene dar toda la razón a Jobs, la frase es totalmente cierta: si quieres garantizar el éxito de un proyecto, rodéate de los mejores. No hablamos aquí de amigos, de familia, de compañeros… ni siquiera el acento fundamental está aquí en las personas, sino en los proyectos. La máxima aparece aquí de un modo evidente: si quieres el mejor proyecto posible, rodéate de “los mejores” profesionales que mejor se ajusten a las necesidades del proyecto. Es indiscutible. El problema viene cuando aplicamos esa máxima al conjunto de la vida humana. En este segundo contexto –al que se refiere, por ejemplo, Aristóteles- la máxima cobra un sentido marcadamente moral. “Los mejores” son personas virtuosas, fiables, responsables, diligentes, sensibles… Conviene rodearse de “los mejores”, sencillamente, porque nos inspiran y nos hacen mejores a nosotros, porque nos enseñan a ser “grandes” a nosotros mismos, porque, cuando se juntan “los mejores”, generan verdadera cultura, es decir, un caldo de cultivo donde la vida se ensancha y no ya los proyectos, sino la vida entera, se convierte en una aventura que nos lleva a la mejor versión de nosotros mismos. Ahora bien, si estos “mejores” son realmente “los mejores”, no los veremos jamás encerrados en un elitismo discriminador, en un club entre secreto y privado donde pavonear el propio ego. No se les pasará por la cabeza llamarse a sí mismos “los mejores” e invertirán buena parte de su tiempo -gastarán su vida- al servicio de aquellos a los que Jobs tacharía de “ser una mierda”. Y lo harán, no por una caridad mal entendida, sino con la íntima convicción de que sus propias vidas –y sus propios dones- sólo tienen sentido como un servicio sagrado a la vida y las vocaciones de innumerables otros. El “rodearse de los mejores” es entonces el descanso del guerrero, el entrenamiento para la batalla y la creación de proyectos y ámbitos generadores de auténtica humanidad. Entonces la máxima cobra pleno sentido y podemos decir, con justicia, que rodearnos de los mejores es poner las condiciones óptimas para empezar a crear en uno mismo.