Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

CREAR EN UNO MISMO

Relojes de 10 segundos

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión28-11-2011

“Nuestros clientes quieren que trabajemos más en menos tiempo. ¿Cómo podemos hacerles entender que para desarrollar ideas más creativas y eficaces necesitamos invertir más tiempo? Les enviamos este vídeo para mostrarles cómo trabaja la creatividad”. Para mostrar el vínculo entre creatividad y tiempo invertido, buscaron fuera a las personas con mayor talento en el mundo: los niños. Les mostraron un sencillo dibujo de un reloj y les pidieron que lo copiaran en 10 segundos. Los chicos se aplicaron de inmediato, pusieron todas sus capacidades e interés en orden al tiempo del que disponían y completaron el reto a la perfección. Al finalizar los diez segundos, cada niño entregó un reloj. Todo el mundo estaba satisfecho: el profesor tenía sobre la mesa más de 20 relojes dibujados en tan solo 10 segundos. Todos ellos, además, bastante similares al original. ¿Qué pasa si les damos a los chicos 10 minutos para la misma tarea? La misma ilusión y la misma búsqueda de recursos internos y externos. En 10 minutos, es claro, encontraron más ideas y más recursos, pusieron más esmero y se pusieron más a sí mismos. ¿El resultado? De nuevo, más de 20 relojes. ¿La diferencia? Creatividad, innovación, alegría y una grata sorpresa para ellos mismos y para el profesor. Según los autores del vídeo, este ejercicio demuestra que la creatividad está reñida con la premura; pero aflora en la libertad, el juego alegre y la diversión. Ciertamente, el vídeo no demuestra nada; pues lo evidente sólo puede mostrarse, ni necesita -ni es posible- demostración alguna. Lo único que podemos hacer es explicarlo. Podemos explicar las causas por las cuales algunos prefieren una eficacia probada y standard (poca inversión y resultados seguros) a una eficacia creativa (que requiere mayor inversión y la confianza de sumir mayor riesgo para un resultado aparentemente incierto). Podemos explicar porqué, de hecho, nuestro cerebro funciona habitualmente bajo el criterio de lo que algunos psicólogos han llamado miseria cognitiva: emplear el mínimo esfuerzo mental para alcanzar una respuesta aceptable. Ciertamente, la mayor parte de nuestra vida debemos pensar y actuar así. Sufriríamos de parálisis estructural si cada vez que vamos a cruzar la acera invirtiéramos 10 minutos en decidir cómo hacerlo de una forma innovadora. Esa miseria cognitiva aplicada a la mayor parte de la vida, en todas aquellas cosas que funcionan de forma aceptable, no sólo está justificada y es muy razonable, sino que además nos permite liberar recursos mentales para aplicarlos a otras cosas; esas otras cosas que deben funcionar mejor o que, sencillamente, son más importantes para nosotros. Por otro lado, esta es la lógica de la producción en serie, que tantos beneficios ha traído a la humanidad en los últimos 150 años y que todavía hoy -y esto no es ya tan razonable- impera en todas las áreas de la vida pública. Pero hay otra lógica. La lógica del crecimiento y la creatividad personal y social. Esa lógica no se conforma con lo ya dado, sino que busca la mejora y la excelencia. Exige una sola condición exterior, lo que los hombres grises llaman perder el tiempo. Pero exige todas nuestras fuerzas interiores: nos obliga a ponernos por entero en lo que hacemos, quitando el piloto automático que aplica la miseria no sólo cognitiva, sino también del corazón, de la voluntad, de la afectividad, de la confianza en las posibilidades de uno mismo y de los demás, etc. Esta segunda lógica es la única a la altura de los anhelos del hombre; pero, para desahogarla, el hombre debe romper las cadenas de desconfianza en la creatividad humana y de seguridad en el procedimiento ya dado que le tienen amordazado a la lógica anterior.