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TOROS

Manzanares indulta un toro de Núñez del Cuvillo en la Maestranza

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Espectáculos01-05-2011

Era un cartel de los de arte. El arte brillaba en los alamares de Julio Aparicio. El arte rezumaba torería en la capa de Morante de la Puebla. Pero el arte se quedó en los vuelos de la muleta de José María Manzanares, que supo lucir a Arrojado, el toro de Núñez del Cuvillo que ha hecho historia junto al Manza.

Se hacía raro que este 2011 la Feria de Abril marcase buena parte de su calendario en este mes de mayo. Quizás por eso Manzanares, el ganadero de Núñez del Cuvillo y El Juli han querido remarcar la abrilidad de la feria con triunfos sonados en la Maestranza. Quizás, quién sabe. El caso es que Julián se está despojando cada vez más del diminutivo de su apodo a fuerza de sapiencia y madurez. Está en grande. No se lo pierdan. Al margen de la puerta del Príncipe que logró el 29 de abril, la víspera del día D Manzanares-Cuvillo. Al margen de ese toreo reposado, inteligente y sabroso con el que Julián conquistó a la exquisita afición sevillana en la corrida de Garcigrande. Está en maestro. Por eso, quizás, Enrique Ponce, que abría la terna esa tarde del 29, le vio salir en volandas mientras el valenciano se retiraba por su cuenta a sus aposentos. Apenas 24 horas después, la misma puerta se abría para vomitar sobre el Guadalquivir la gloria del arte. Era el día. José María Manzanares entraba en la historia de la Real Maestranza de Sevilla con el indulto de Arrojado, un toro de Núñez del Cuvillo al que toreó a placer. El animal repetía las embestidas y el torero alargaba el brazo hasta el infinito y bajaba la mano hasta los mismísimos infiernos, como queriendo sembrar en el albero maestrante la semilla de un toreo grande. Los sevillanos pidieron que se perdonara la vida a ese tercer toro que tanto había permitido expresar a Manazanres. Pero luego hubo más. El sexto fue agraciado con el premio de las muñecas del Manza, que lo exprimió y entendió para construir otra faena maciza. Mató como un rayo y sumó otras dos orejas al par de apéndices postizos de un Arrojado que padreará en breve. Para que digan que la Fiesta brava sólo es muerte. Y para los que digan que la Fiesta no es ilusión, aquí queda el brindis a los que empiezan y sueñan con la gloria. En Las Ventas, en una desangelada Miniferia de la Comunidad de Madrid, dos toreros jóvenes tocaban pelo mientras el 30 de abril de La Maestranza atraía como un imán hacia su epicentro de arte la atención de los aficionados. Cristian Escribano y López Simón se llevaban una oreja cada uno en una novillada noble pero flojita -a la vez que entretenida- de Antonio Palla. Bien por ellos. Ahora toca seguir haciendo historia.