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FÚTBOL

El fútbol argentino ha dejado de ser una fiesta

Por Alberto Bastia. ARGENTINATiempo de lectura2 min
Deportes10-03-2002

Entre las muchas pasiones que movilizan a quienes habitan la Argentina, la futbolística es la que se lleva, por lejos, el sitial de honor. Los fines de semana los estadios, se han convertido en los últimos años, en el gran diván de catarsis, pero también de violencia.

En las gradas, hombres, mujeres y niños descargan sus broncas contenidas. En ocasiones, para evitar que la discusión en la casa se salde de mala manera, un mal arbitraje o el mal desempeño del equipo de sus amores, son los blancos de los espectadores. Pero no es lo más grave: no hay jornada futbolera que no termine con enfrentamientos entre las barras bravas –versión local de los hooligans– o con la policía. Muertos, heridos y detenidos son moneda corriente en los últimos años. Las peleas pueden comenzar a las puertas de los estadios, mientras se juega el partido o a la salida de las hinchadas. Luis, “bostero –seguidor de Boca Juniors– desde chiquito” confesaba a La Semana.es que dejó de ir a la cancha porque “la última vez, me salvé de que la cana –policía– me moliera a palos”. Ahora ve los partidos por la televisión por cable a través del pago por visión; lejos han quedado los domingos en que se apuraba el almuerzo para luego disfrutar los goles. La mayor parte de los argentinos cree que el torneo debe ser suspendido hasta erradicar la plaga de los barras bravas. Mucho se ha escrito acerca de la violencia en los estadios, y en todos los programas de radio y televisión especializados en fútbol han pasado infinidad de funcionarios nacionales, políticos y dirigentes de los clubes prometiendo erradicar ese flagelo. Claro que a la hora de hablar de las barras bravas, quienes conducen las instituciones deportivas se hacen los distraídos. No asumen que son ellos quienes les regalan entradas y pasajes en a cambio del apoyo político que precisan. Los cabecillas responden a los partidos políticos mayoritarios de Argentina. Peronistas y radicales, más allá de sus banderías, los usan para todo servicio: para alentar a los clubes, dirimir sus diferencias –tanto en cuanto a la política como a las instituciones públicas–, como fuerza de choque en las manifestaciones, para sugerirle a tal o cual árbitro como debe comportarse en el campo de juego. En oportunidades, los distintos gobiernos han pensado en suspender el fútbol. Cuando lo hicieron, como en la temporada 2000-2001, lograron poner a la violencia en el congelador. Los incidentes de las primeras jornadas del Torneo Clausura, que provocaron cuatro muertos, han llevado a legislar al respecto. La ley 24.192, en su articulado castiga con cadena perpetua a los homicidas, pero también a los asistentes que ingresen a los estadios con armas de fuego o artefactos explosivos y a los dirigentes de los clubes “que guarden en el estadio” esos elementos, que serán decomisados. Aun así, nada ha podido tener el espiral agresivo que se vive en las canchas.