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ANÁLISIS DE ESPAÑA

¡Más dimisiones!

Fotografía
Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España05-07-2009

Qué se puede esperar de un director del CNI que tiene que someter a sus empleados a la prueba del polígrafo para descubrir quién ha filtrado a la prensa sus desmanes a costa del dinero de todos. Detalles como estos resumen la gestión de Alberto Saiz al frente de los servicios secretos. Donde se presupone discreción y mesura, lo suyo ha recordado más a un plató de televsión obsceno en el que, un día sí y otro también, se lavaban los trapos sucios a los ojos de todo el mundo. A saber, favores personales, utilización de los servicios de inteligencia para uso propio, desvío de fondos, abuso de poder, rechazo interno...Mortadelo y Filemón, que diría Rubalcaba. De ser cierto todo lo que se achaca al ex director del CNI, lo primero que debería hacer es devolver todo de cuanto se ha apropiado y ha disfrutado merced del dinero de todos los españoles. Puede que los tribunales tengan algo que decir. A partir de ahí, a Saiz ya no se le puede pedir más desde el punto de vista político. Sí deben en cambio alguna explicación todavía quienes erraron notablemente al ratificarle en el puesto hace sólo dos meses. Los mismos que terminaron mirando para otro lado cada vez que escuchaban el nombre de Alberto Saiz igual que Rajoy disimula cuando le preguntan por Bárcenas. Señal en ambos casos de que algo huele a podrido en Dinamarca. Lo confirmó la rapidez con la que Zapatero dio el nombre del sucesor, Felix Sanz Roldán. Militar llamado a sacar a los servicios secretos de las charlas de cafetería. Pero Saiz ya es historia y mañana nadie se acordará de él. En eso consiste dimitir. Uno decide renunciar voluntariamente y de ese modo asume, aunque sea de manera tácita, que no es el más apropiado para seguir desempeñando su puesto. A cambio recibe el beneficio de quitarse del medio. El último gran personaje en borrarse del cambalache político fue el ex ministro de Justicia Mariano Fernández Bermejo. Ahora se le ve paseando alegremente por las calles de Madrid de la mano de su esposa. A buen seguro ha vuelto a disfrutar de la caza sin necesidad de percatarse con quien. Y ya nadie se acuerda de él. Dicho lo cual, cabe preguntarse por qué en la clase política española se ha instaurado un miedo insuperable a todo lo que tenga que ver con dimitir. Vale que la gente prefiera pasar a la historia como Kenedy y no como Nixon, pero el recuerdo reciente patrio también ha dejado grandes nombres de dimisionarios como el mismo Adolfo Suárez. Al final la dimisión no es más que una demostración más de transparencia democrática. Si uno comienza a ser más un problema que una solución, lo deja y punto. La dimisión puede ser también la única manera elegante que tenga un político o un cargo público de admitir un error o saldar una deuda con alguien. Y cada cual que se de por aludido. A buen seguro que la marcha de Saiz, como antes la de Bermejo, martillee especialmente la conciencia de algunos que nunca se atrevieron a dar el paso. La lista es amplia. Bárcenas, Merino, Trillo, Magdalena Álvarez, Llamazares...