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CHINA

Tiananmen, la herida abierta del régimen chino

Por G. MartínezTiempo de lectura2 min
Internacional05-06-2009

La muerte del líder reformista de la República Popular China, Hu Yaobang, desencadenó, en mayo de 1989, un movimiento prodemocrático popular: millones de personas salieron a la calle para protestar de forma pacífica contra la ausencia de libertades, la corrupción política y la inestable situación económica. Tras semanas de protestas y manifestaciones, el Gobierno chino, encabezado por Deng Xiaoping, ordenaba al Ejército frenarlas en seco. El resultado: miles de muertos y heridos, miles de detenidos y posteriormente ejecutados o condenados a cadena perpetua, otros tantos obligados a exiliarse, pero, sobre todo, Tiananmen representa una herida abierta para las autoridades comunistas y un gran tabú para la sociedad china.

La revuelta popular nació en las aulas de la Universidad de Pekín (Beida) y se fue extendiendo a otros sectores: intelectuales y obreros, desencantados con el ideal comunista, se sumaron a la rebelión estudiantil. Muchos de ellos acamparon en la plaza de Tiananmen, ignorando que allí encontrarían la muerte. Zhao Ziyang, secretario general del Partido Comunista chino, se mostraba partidario de negociar con los “revolucionarios”, lo que significó no sólo su fin en la vida política sino también vivir bajo arresto domiciliario hasta su muerte en 2005. A pesar de la opinión disidente de Zhao, el resto de dirigentes optaron por reprimir dichas revueltas a la fuerza. En la madrugada del 3 al 4 de junio de 1989, tropas y carros de combate del Ejército, que seguían la orden de despejar la plaza, invadían las calles de Pekín disparando indiscriminadamente. A su llegada a Tiananmen, las tropas continuaron la masacre y hacía las cinco de la madrugada, la plaza quedaba desierta. Pocas voces reclaman justicia Veinte años después de la masacre, la férrea censura y el control que ejercen las autoridades chinas sobre la población han hecho de Tiananmen un asunto prácticamente olvidado. En estos días, el Gobierno chino ha cerrado el servicio de correo web Hotmail y la red social Twitter para evitar una nueva ola de protestas y los servicios análogos de origen chino son rastreados por las autoridades en busca de opiniones subversivas. Además, han impedido el acceso de medios de comunicación extranjeros a la plaza y han fundido en negro las pantallas de los televisores, si en algún canal extranjero daban noticias sobre lo sucedido en la plaza de Tiananmen el 4 de junio de 1989. Pocos son los que alzan su voz para pedir al Gobierno explicaciones, tan sólo aquellos que vivieron la masacre de primera mano y los familiares de los miles de fallecidos y de aquellos que fueron encarcelados, como el grupo de las Madres de Tiananmen que reclaman a las autoridades chinas el encarcelamiento de los culpables de la matanza y compensaciones para las familias de las víctimas. Por esto, algunas de las Madres son vigiladas constantemente por la Policía china y sometidas a arrestos arbitrarios, y en vísperas del aniversario han sido obligadas a marcharse de Pekín o a permanecer en sus domicilios. Incluso, Amnistía Internacional ha solicitado a las autoridades chinas que abran una investigación de los hechos para que se libere a las personas que, a día de hoy, siguen en campos de concentración o en cárceles. El silencio y el desconocimiento con el que se ha acogido en China el vigésimo aniversario de la masacre tiene un claro origen: las autoridades aún temen que la llama que se prendió en 1989, vuelva a encenderse. Temen que se quiebren los sólidos cimientos sobre los que han construido un país, que de puertas afuera tiene un gran porvenir, pero que, de puertas adentro, aún le asustan sus propios fantasmas.