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SIN CONCESIONES

Marta del Castillo

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión15-02-2009

Te escribo mirando al cielo, confiado en que los ángeles del Señor hayan elevado allí tu alma mientras aquí buscamos tu cuerpo en las aguas del frío Guadalquivir. La historia de este río andaluz se ha teñido de luto para siempre. Su corriente es el compendio de todas las lágrimas que en tu nombre lloramos desde los más lejanos rincones de España. El manantial de dolor por tu muerte fluye desde cada uno de nuestros corazones y desemboca en la calle Argantonio de Sevilla. Allí esperan aún tus padres, como si de madrugada fueras a regresar después de una fiesta. Allí ha florecido un campo de velas en recuerdo a la alegría que desbordadas. Allí fue a buscarte tu asesino como meses atrás lo había hecho un sábado cualquiera. Después... ya sabemos lo que ocurrió después. Te escribo, Marta, como quien envía una carta a su mejor amigo, que debería ser uno mismo. Ahora estás en ningún sitio y en todos a la vez. Ojalá desde ahí puedas enviar el consuelo que tu familia necesita y la esperanza que anhelan tus amigos. Has sufrido mucho, pero ya debes de saber que tus padres sufren aún más. Su llanto es lo de menos. No hay nada comparable al vacío, la angustia y la culpa de quien pierde una hija. Tu madre te advirtió multitud de ocasiones: "No me gusta ese chico". Lo repetía una y otra vez. Tú le hiciste caso pero, por inocencia o por bondad, nunca rompiste por completo el lazo que te unía a él. Ahora ya está detenido, será juzgado, condenado y encarcelado. No hay duda de ello. Pero en poco más de una década saldrá en libertad. Antes de alcanzar los 40 años tendrá una nueva oportunidad, dispondrá de una segunda vida que disfrutar. Tú no, Marta, para ti no habrá posibilidad alguna. Ni para ti ni para tu familia. Ellos que suplican justicia como consuelo a tu asesinato, saben que jamás dispondrán en esta vida de la Justicia verdadera. Te escribo, Marta, conmovido por tu drama, por tu juventud, por tu alegría, por tu familia, por tu belleza, por tu futuro, por tus proyectos, por tu felicidad truncada, por todo lo que habrías sido y no serás. Te escribo porque cualquiera de nosotros podríamos haber sido tú. Te escribo para que nadie olvide tu caso. Te escribo para construir una multitud en tu nombre y el de todas las que fueron asesinadas como tú. Te escribo para que juntos deploremos cualquier maltrato, secuestro y asesinato. Te escribo para que los gobiernos no sean sordos al clamor social. Te escribo para que los culpables de todos los crímenes paguen hasta arrepentirse por completo del crimen cometido y sufran como propio el dolor causado. Te escribo como quien intenta abrazar a tus padres para robarles algo de esa pena que nunca les abandonará. Te escribo, Marta, como homenaje y como compañía. Te escribo para que no te sientas sola en el cielo. Sé que allí estás bien rodeada y sé también que desde allí aún puedes hacer muchas cosas buenas. Por eso, te escribo, Marta, y te rezo. Para que halles el descanso eterno que mereces y lo contagies a tu familia.