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PUNTOS DE DEBATE

Locuras desde Miraflores

Fotografía
Por Elías SaidTiempo de lectura3 min
Opinión07-12-2008

A poco más de dos semanas de la finalización de las elecciones regionales en Venezuela, parece que al presidente venezolano, Hugo Chávez, el cúmulo de gobernaciones y puestos obtenidos por su partido político son un torrente de incontinencia verbal y apuro al momento de desvelar sus intenciones de perpetuarse en el poder, como si más que una victoria tuviese alarma de peligro inminente a sus planes. Insultos a mansalva; advertencias y acusaciones de fascistas a los recientemente elegidos gobernadores y alcaldes de los partidos de oposición; decretos de traslado de responsabilidades en las entidades donde ganaron éstos; un constante afán por demostrar que él ganó en las elecciones; procesos jurídicos de corrupción, con resultados al parecer ya velados, hacia estos nuevos representantes públicos regionales; y el llamado (orden) a sus seguidores para reactivar su deseo a la reelección indefinida de éste, entre otros aspectos; hacen que, para cualquiera que no conozca el personaje, pareciera que más que victoria, está ultimando un velado intento por salvar los trastos antes de que se venga a pique su proyecto. Muchos analistas han hecho mención de los resultados electorales del pasado 23 de noviembre. Chávez ganó pero la oposición también. El primero por goleada en la elección de alcaldes y en número de estados; los segundos por la significación de las gobernaciones y alcaldías obtenidas. Como sucedió en el referéndum revocatorio, Chávez aceptó los resultados para luego dar paso a su verborrea sangrante. En su primera comparecencia, conocidos los resultados parciales de estas nuevas elecciones, formuló una pregunta a sus seguidores y a los periodistas apostados en dicho acto: "¿Quién puede decir que en Venezuela no hay democracia?". Pues, visto lo visto, parece que la democracia es un vestido hecho con velcro, ajustable según las circunstancias, ya que "¿cómo puedo ser demócrata si, pese a aceptar unas derrotas puntuales, le doy una patada a la mesa, llamando fascista a quien me venció?". Pese a esta contradicción, hay que verlo todo en su justa medida: Chávez, como buen militar, tiene más que asumido su rol de comandante en jefe y si el tiempo lo permite, de presidente de Venezuela. Él ordena y cumple los marcos mínimos para no ser tildado de antidemócrata, con la ayuda, eso sí, de unas instituciones que le “hacen la pelota” en sus diversos desvaríos y antojos. Quien no siga esta regla, es un subversivo contrarrevolucionario, fascista, lacayo del imperio y demás frases hechas que han caracterizando su discurso a lo largo de estos 10 años. Menos de un mes le ha bastado a Chávez para dejar de lado la estrategia, producto de su apasionada verborrea e incapacidad para aceptar una mínima derrota, al develar su objetivo más deseado: la realización de un referéndum popular, orquestado por él, para garantizar su reelección indefinida. Mientras tanto, la oposición resiste estoica los embistes de éste, con un discurso por primera acertado: llamando a la paz y a gobernar, no siguiéndole el juego en el que Chávez se siente cómodo, detrás de los micrófonos únicamente. En febrero, otra elección más. Si los resultados le son desfavorables, ¿cuál será su reacción para desquitarse? ¿qué argumentos empleará para justificar una posible derrota? ¿echará de nuevo la culpa al imperio (Estados Unidos) que se aprovechó de los barrios de lujo (chabolas) colindantes del valle de Caracas y demás zonas del país?