CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Frente al mar
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión07-01-2002
Alicante no regala sus secretos a cualquiera. Pocos la reconocen como una ciudad bonita, pero su clima está siempre de buen humor y es su mar un desordenado zoco de jirones azules y verdes. Se tarda más en encontrar aparcamiento en Alicante que en Madrid, pero quién necesita el coche con esas avenidas, verdes bulevares y callejuelas. Nadie necesita un plano: las calles que bajan llegan al mar, las que suben, al castillo. El tiempo está detenido, salvo en las horas del alba y el ocaso, cuando el sol es más rápido que cualquiera, y sale del mar o se esconde bajo la tierra sin previo aviso, especialmente en invierno. Siento no poder escribir un artículo más expresivo esta noche. El alma me grita que deje el teclado: “No es momento de actuar, hablar o verterse; es momento de contemplar. El cielo compite con el mar en matices en esta hora caliente, cuando los Reyes abandonan el puerto después de trabajar duramente por los sueños de otros. La ciudad también influye a la persona y Alicante me hace más humano. Jamás entendí la importancia del Lugar cuando estudié literatura: ¿En qué lugar pierde siempre el control Pascual Duarte hasta matar a alguien? ¿Por qué el personaje Antonio Azorín debe viajar a Madrid? Eran preguntas típicas de mis profesores. Ahora sé a qué vienen, porque lo vivo. Aunque ya lo intuí cuando mi compañero de columna se fue a tierras castellanas y cuando Tolkien insistió en que nació y vivió los primeros años de su vida en La Comarca. Hay ciudades construidas para la vida de las personas y hay personas distorsionadas por la vida de grandes ciudades. Es difícil resistir y ser uno en determinados lugares, porque somos animales de costumbres y de circunstancias capaces de abandonarnos para supervivir. Gracias a Dios, siempre hay un lugar distinto para quienes saben escuchar secretos. Hoy, frente al mar, un Rey Mago me ha dicho: “Siempre te quedará Alicante”.