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TOROS

¬Santo Tomás¬

Por Almudena HernándezTiempo de lectura3 min
Espectáculos15-06-2008

Las pasiones de una milicia de fieles aficionados hacen el paseíllo cada tarde junto a José Tomás. En la segunda de las convocatorias de este diestro en Madrid, el público empujó el triunfo del torero. José Tomás demostró un valor desbordante y exagerado pero, el respetable fuera de sí, rebajó el precio de los premios que se conceden a los toreros en la primera plaza del mundo.

Si en la primera de las citas con la Monumental madrileña, el pasado 5 de junio, hubo algún que otro aficionado que al estilo de Tomás, el discípulo de Cristo, quiso meter "el dedo en la yaga", en la segunda de sus actuaciones, el resultado de la tarde se debió más bien a un acto de fe. José Tomás iba a Madrid tras cortar cuatro orejas -discutibles- con un toreo puro, sentido y, sobre todo, muy valiente ante un encierro de Victoriano del Río que posibilitó, con creces, el lucimiento del torero. Aquella tarde sus pocos o muchos enemigos tuvieron que tragar ruedas de molino ante el poder sobrenatural del toreo tomista. En el segundo encuentro, sin embargo, el remendado encierro de Puerto de San Lorenzo puso la tarde cuesta arriba y el de Galapagar hubo de emplearse más, tentando la tragedia. No ejerció de lidiador, como acostumbran a ver los verdaderos aficionados domingo tras domingo a los denominados toreros modestos con esos toros ásperos de fuera de feria. Pero tuvo mérito que José Tomás se fuera al hilo de las tablas a hacer tragar a su oponente todos los muletazos que no quería ofrecerle. Mas, no mató a la primera. Pinchó... Después, José Tomás desafió al miedo con el público ya caliente, y algún que otro compañero de terna también, como un enrabietado José Pedro Prados El Fundi, muy dispuesto y vistoso especialmente con el capote. El de Puerto de San Lorenzo se fue por donde vino -¡los toros se van a los corrales por inválidos, no por mansos!- y saltó al ruedo venteño uno de El Torero, que prendió a Tomás en varias ocasiones, la última en el encuentro de la suerte de matar. El torero parecía el Ecce homo. Fueron esos momentos los que más predispusieron al público, que pidió con fuerza las dos orejas, aunque la segunda siempre debería ser a criterio del presiente. Dice el Evangelio de Juan que Tomás, uno de los Doce, no creyó al resto de discípulos cuando le dijeron que habían visto al Maestro. Y que dijo: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré". Quienes no creían en José Tomás y fueron a verle a Madrid en la segunda de las tardes, presumiblemente, no recuperaron la fe, aunque sí encontraron una procesión devotísima que abandonaba los tendidos creyendo que habían visto al mismísimo Hijo de Dios vivo. En parte habrá parte de autoconvencimiento, pues pagar una burrada en la reventa para no presumir de tarde triunfal es condenarse a uno mismo a las llamas del infierno. En tiempos de laicos y antitaurinos ¡qué bien le viene Tomás a la Fiesta!, pero quizás su sitio no esté aún en los altares. Si existiera el pecado de regalar orejas, las 24.000 almas que el domingo estuvieron en Las Ventas quizás deberían pasar por el confesionario. Otras, continuaremos flagelándonos y haciendo nuestra penitencia ante los atentados contra la verdad, la razón y la justicia.