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LÍBANO

Líbano evita una guerra civil a costa de venderse a Hezbolá

Por Luis Miguel L. FarracesTiempo de lectura3 min
Internacional25-05-2008

No habrá guerra civil en Líbano, al menos de momento. Tras más de un año y medio de crisis entre el Gobierno prooccidental y la oposición liderada por Hezbolá, que ha bloqueado desde entonces la elección parlamentaria del nuevo presidente del país exigiendo mayor peso en el Gobierno, ambas partes llegaron a un acuerdo de repartición de poder en el que los chiíes del partido-milicia son los más beneficiados.

Líbano cerró la pasada semana en Doha (Qatar) la crisis institucional que ha mantenido paralizada la elección del nuevo presidente del país desde hace un año y medio. Una crisis que ha reavivado los enfrentamientos étnicos que tuvieron lugar durante la guerra civil que sufrió el país a lo largo de los años 80 y que ha puesto de manifiesto la debilidad del Estado para hacer frente a Hezbolá. Y es que las milicias del Partido de Dios han demostrado tener un poder y equipamiento contra el que las Fuerzas de Seguridad estatales no pueden competir. La crisis institucional se desató a raíz de que el mandato del ya expresidente Emile Lahud, acusado tradicionalmente de ser un títere del Gobierno sirio, expirase a finales de 2006. La elección del jefe del Estado en Líbano se efectúa mediante una votación en el Parlamento para la cual es necesaria un amplio consenso, así que las facciones prosirias y las occidentalistas tuvieron que sentarse a negociar la nueva desginación. Para entonces, con la invasión de Israel del sur del país para contener a Hezbolá y el asesinato del primer ministro prooccidental Rafic Hariri relativamente recientes, las diferencias entre el Gobierno y la oposición se hicieron patentes. Hezbolá y sus aliados, entre los que se encuentran muchos cristianos maronitas, exigieron entonces el reconocimiento de poder de veto en el Gobierno, en el cual tenían por entonces seis ministros. Los occidentalistas respondieron entonces con una rotunda negativa a las exigencias del partido chií y con una investigación de sus medios de comunicación que el líder de Hezbolá, Hassan Nasralá, calificó como “declaración de guerra”. Desde entonces el Partido de Dios ha bloqueado hasta 19 veces la designación del nuevo presidente. Para evitar que los tambores de guerra volvieran a sonar en el país de los cedros, la Liga Árabe convocó a ambas partes a unas negociaciones en la ciudad de Doha, las cuales se desarrollaron la pasada semana. Pero antes de acudir a Qatar, Hezbolá se sacó su última carta de la manga para acudir a las conversaciones desde una posición fuerte para hacer valer sus exigencias. Las milicias del partido prosirio desplegaron la pasada semana un campamento de simpatizantes en el distrito financiero de Beirut que lo ha mantenido paralizado y tomaron por la fuerza los distritos suníes de la capital, así como el aeropuerto internacional. El Gobierno, ante el peligro de una desintegración y una escalada de violencia mayor, rehusó actuar. Y la estrategia de Hezbolá ha funcionado. El partido chií vuelve de Doha con un acuerdo que le sitúa como el claro vencedor de la crisis. Los chiíes no sólo han obtenido su poder de veto ante las decisiones del Gobierno, sino que además han aumentado en cinco (de seis a once) el número de sus ministros en el Ejecutivo. Además, el general Michel Suleimán, cristiano maronita como manda la Constitución pero tradicional aliado de Hezbolá, accede a la Presidencia y tendrá la capacidad de nombrar otros tres nuevos ministros que se espera que sean prosirios. A cambio, las fuerzas prooccidentales apenas obtienen las promesas de que Hezbolá no boicoteará al Gobierno retirando a sus ministros, como acostumbra a hacer cuando se encuentra en una situación de poder, ni utilizará la violencia con fines políticos. Unas promesas que resultan cuanto menos vagas si se echa un vistazo a la historia reciente del país.