Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

CHINA

Pekín y otras barbaries deportivas (II): Fascismo, fútbol y olimpiadas

Por Luis Miguel L. FarracesTiempo de lectura2 min
Internacional13-04-2008

La legitimidad de los Juegos Olímpicos de Pekín ha comenzado a ponerse en duda tras la represión de los nacionalistas tibetanos por parte del Gobierno chino en Lhasa hace ya dos semanas. Sin embargo, no es la primera vez que la Comunidad Internacional y las federaciones deportivas permiten a un país que no respeta los Derechos Humanos organizar un gran evento deportivo. La FIFA otorgó a la España franquista y a los militares argentinos la organización de dos Mundiales de fútbol. Pero mucho antes de ello, Adolf Hitler y Benito Mussolini se valieron del deporte para exaltar la llegada del fascismo.

Amén del caso argentino y pese a que quedan ya lejos en la Historia, los escándalos más flagrantes de pasividad de los organismos deportivos frente a la barbarie fueron probablemente el Mundial de Fútbol de Italia de 1934 y los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Ambos eventos deportivos fueron calculadamente diseñados por los países-sede como propaganda política en aras del fascismo. En el caso italiano, la Copa del Mundo tuvo desde antes incluso de que comenzase la competición, una clara intención de exaltación nacionalista. Consciente de lo que una muchedumbre concentrada en un estadio vitoreando los éxitos de Italia podía suponer para sus fines propagandísticos, Benito Mussolini organizó un Mundial encarrilado para que la Copa se quedara en Roma. Así, dadas las presiones del duce se pusieron en serias dudas tanto el sorteo de primera ronda (que emparejó a Italia con un flojo Estados Unidos) como la equidad del trato arbitral. Especialmente escandalosa resultó la actuación del colegiado suizo Rene Mercet en los cuartos de final que enfrentaban al equipo transalpino contra el combinado de la República Española. Tanto, que la federación suiza decidió suspender de por vida a Mercet por su descarado favor a los anfitriones. Al final, y tras deshacerse de Checoslovaquia en con un gol en el tiempo de descuento, Italia se hizo con el primero de sus cuatro mundiales en el Estadio del Partido Nacional Fascista en Roma para deleite de Mussolini y los suyos mientras en las calles los antiguos socialistas y comunistas eran asesinados. Dos años más tarde del Mundial de Italia, Adolf Hitler tenía la lección bien aprendida. Berlín fue designada por el COI como sede olímpica algo más de un año antes de la subida al poder de Hitler. No obstante, cuando esta se produjo, no sólo el COI no revocó su decisión sino que no hubo iniciativas serias de boicot ante la dureza del régimen y el trato a los judíos. Tan sólo la España republicana, sumida en la Guerra Civil desde hacía menos de un mes, decidió no acudir a los Juegos por claras diferencias ideológicas. En Berlín, durante los 15 días que duraron las competiciones, los organizadores trataban de mostrar la grandeza del Tercer Reich y la raza aria con desfiles, discursos y éxitos deportivos. Porque aunque la Historia se empeñó en mostrar al atleta negro Jesse Owens, ganador cuatro medallas de oro, como una humillación para los fines propagandísticos de exaltación racista por parte de Alemania, lo cierto es que los organizadores acabaron primeros en el medallero con 89 metales, a una diferencia del segundo clasificado, Estados Unidos, con 56. En aquella ocasión la Comunidad Internacional y el COI callaron ante los crímenes del Partido Nazi. Tras Berlín, serían los estadios los que callasen durante 12 años debido a la cancelación de las olimpiadas de Tokio y Londres a causa de la II Guerra Mundial.