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IRAQ

La violencia entre Ejército e insurgencia pone a Iraq en pie de guerra

Fotografía
Por Miguel MartorellTiempo de lectura4 min
Internacional30-03-2008

Cinco años después de la invasión estadounidense de Iraq, las principales metrópolis del país mesopotámico siguen inmersas en conflictos armados de graves proporciones. El intento del Gobierno de Nuri al Maliki de acabar con las milicias del clérigo chií Muqtada al Sadr ha derivado en un nuevo conflicto civil que parece no tener fin y que ha vuelto a poner en evidencia la incapacidad del Ejército iraquí para mantener la estabilidad y la seguridad en el país.

El primer ministro Al Maliki decidió poner en marcha, el pasado 24 de marzo, una operación de limpieza en la segunda ciudad más importante del país, Basora. Con este operativo del Ejército iraquí se buscaba no sólo acabar con el poder del Ejército del Mahdi -el brazo armado de los seguidores de Al Sadr- sino también realizar una demostración de fuerza por parte del Gobierno iraquí. Hasta finales del año pasado, el Ejército británico era el encargado de mantener la seguridad en Basora, una ciudad al sur de Iraq por la que circula más de la mitad del petróleo que produce el país. Desde su progresiva retirada, el Ejército iraquí tomó el control, pero no pudo evitar que las milicias se hicieran fuertes en la ciudad. El Ejército del Mahdi, del clérigo chií Al Sadr, está enfrentado allí con las Brigadas del Badr, del Consejo Supremo Islámico, el principal bloque chií del país, y con los milicianos de Fadhila (Virtud). El propio Al Maliki se desplazó hasta Basora para dirigir las operaciones del Ejército iraquí, que pronto se encontró con cuatro grandes barrios dominados por los insurgentes. Miles de soldados iraquíes y milicianos se enzarzaron en duros combates en los que dominaba el fuego de ametralladoras, bazucas y morteros. El primer ministro decidió entonces dar un ultimátum de 72 horas a todos los milicianos para que entregaran las armas. En un comunicado televisado, Al Maliki ofreció la amnistía para aquellos que entregaran las armas. "No vamos a perseguir a los que dejen las armas en las próximas 72 horas. Sin embargo si no las entregan, la ley será aplicada. Aquellos que fueron engañados para levantarse en armas deberían rendirse y comprometerse por escrito a que no volverán a hacerlo", anunció Al Maliki, mientras el conflicto se extendía hacia Bagdad, Nasiriya y otras zonas del Sur del país. Basora empezó entonces a registrar cortes en el fluido eléctrico y el Gobierno interpuso el toque de queda para evitar que los ciudadanos se encontraran entre el fuego cruzado. En Kut, a 150 kilómetros al sur de Bagdad, el Ejército del Mahdi se hizo con el control de la ciudad y el propio Al Sadr amenazó con incendiar los pozos petrolíferos de Basora. "Aunque estos pozos pertenecen al pueblo iraquí y sería una elección difícil incendiarlos, estamos examinando esta opción si el Gobierno continúa esta campaña sin justificación", anunció un portavoz de Al Sadr. Sólo un día después un intenso humo negro salía de los pozos petrolíferos de la ciudad y el petróleo sufría un nuevo aumento del precio del barril, ya en máximos históricos. A esas alturas Bagdad ya se había convertido en el segundo foco de la guerra entre el Gobierno iraquí y las milicias. Pese al intento de Al Maliki por mantener la patria potestad de la operación, el Ejército de EE.UU. y el británico se vieron obligados a intervenir con apoyo aéreo y carros de combate para evitar un descalabro mayor de la situación. Comenzaron los bombardeos sobre Basora, mientras los insurgentes respondían golpeando con fuego de mortero el bastión de la Zona Verde de Bagdad, donde se decretó el toque de queda. "Las fuerzas de la coalición intervienen donde la aviación iraquí no tiene capacidad suficiente", anunció el comandante Tom Holloway desde Basora, donde las milicias tomaron algunas comisarías, en una muestra de cómo dominaban la situación los insurgentes. Seis días después del inicio de los combates, el Gobierno de Al Maliki decidió cambiar de estrategia. Así, ofreció una recompensa económica a los que entreguen sus armas, algo similar a lo que ya se hizo en 2004 y que sólo sirvió para que la insurgencia cambiara su viejo armamento por nuevas armas gracias al dinero que se les proporcionaba. Aunque el Parlamento iraquí, en una reunión de urgencia, optó por continuar atacando a los milicianos y no iniciar ninguna clase de diálogo con ellos, Muqtada Al Sadr pidió la retirada de sus milicianos que controlaban la situación en Basora, Bagdad y Nasiriya: "Cualquiera que porte armas y sitúe en el punto de mira las instituciones del Gobierno no será uno de los nuestros". Con los hospitales saturados por el número de heridos -ninguna cifra oficial ha enumerado a los muertos y heridos por los combates-, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, volvió a culpar a Irán de la grave situación de Iraq. Unas acusaciones que Teherán tildó de "repetición", "aburridas" y "además un intento de evadir su responsabilidad". "Las acusaciones directas y sin fundamento contra otros estados no ocultan la verdad. La presencia de fuerzas ocupantes es la principal causa de la inestabilidad y la inseguridad", aseguró el portavoz del Ministerio de Exteriores iraní, Mohamed Ali Huseini, quien pidió al Gobierno iraquí un diálogo con los insurgentes para acabar con la guerra abierta que sólo perjudica, aún más, a la población iraquí.