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RUSIA

El juego democrático ruso deja ¬en el banquillo¬ a los electores

Por Luis Miguel L. FarracesTiempo de lectura5 min
Internacional03-02-2008

Rusia es diferente. La singularidad de las reglas del juego democrático, donde un candidato tiene que buscar votos para poder acudir a las elecciones, y una clase política que se reparte el poder mediante pactos y traiciones dentro del Kremlin y no en periodo electoral, así lo atestiguan. La última muestra del carácter dinástico del sistema ruso fue la reciente anulación de la candidatura electoral de Mijaíl Kasiánov, única amenza para que el delfín de Vladímir Putin, Dimitri Medvedev, se convierta en presidente el próximo marzo.

El sueño se acabó para Kasiánov, ex primer ministro durante el primer mandato de Putin, y sus miles de seguidores que suponían en torno a un diez por ciento del electorado. La Comisión Electoral Central rusa anuló finalmente la candidatura del único disidente genuino a Rusia Unida, el partido de Putin que mantiene copado el Kremlin, los medios de comunicación y la Duma desde hace una década. El motivo oficial de la cancelación fue la falsificación de un número indeterminado de los más de dos millones de firmas de apoyo a la candidatura. La ley electoral rusa obliga a cualquier candidato que no se apoye en ningún partido con representación parlamentaria a presentar al menos dos millones de firmas para dar luz verde a su participación en las presidenciales. La presunta falsificación de firmas ha supuesto pues la coartada perfecta para que la burocracia del Kremlin liquidara la candidatura de Kasiánov, que pese a no suponer ninguna amenaza directa para el resultado electoral podría haberse convertido en un potencial enemigo por sus feroces críticas al sistema. “No tengo ninguna duda acerca de que Putin personalmente tomó la decisión de no registrar mi candidatura", afirmó un indignado Kasiánov tras conocer el anuncio de la Comisión. Con él muere políticamente la única facción candidata realmente disidente con el régimen. Sobre la palestra aún quedan otros tres candidatos que no suponen mayor complicación para los intereses de Rusia Unida. El nacionalista Vladimir Jirinovski, tradicionalmente ligado al círculo de Putin pese a no formar parte de su partido, y el masón Andrei Bogdanov, con tan sólo un apoyo previsto del uno por ciento, no supondrán grandes obstáculos. Tampoco lo será, pese a todo, la que está llamada a ser segunda candidatura en votos del país, la del comunista Guennadi Ziouganov, cuyas líneas políticas no han sobresalido demasiado de la ortodoxia del Kremlin en los últimos años y del que se espera que obtenga alrededor de un diez por ciento de los votos. Mientras, el candidato oficialista Medvedev podría alcanzar hasta el 80 por ciento de los sufragios. Una política perpetuista El motivo de tan exorbitante cifra es el statu quo de la política perpetuista que impera en Rusia desde la llegada de Putin al poder. A ella han colaborado de manera indudable unos medios de comunicación bajo supervisión gubernamental que ofrecen una realidad oficialista al grueso de los ciudadanos. El noviembre pasado, los observadores de la OSCE destacados en el país para supervisar las legislativas ya pusieron en evidencia a los medios nacionales en un informe por su “cobertura fuertemente basada en los candidatos del partido en el poder”, a quienes se puede ver hasta dos, tres o cuatro veces más que a los disidentes en televisión. Pero los medios de comunicación rusos no sólo han servido a los burócratas de Rusia Unida una fama superior a las de otros líderes, sino que han propiciado una imagen interior del país que es sin duda la mayor aliada de la elite política del Kremlin. El reparto de poder Owen Mathews, analista político en Rusia de la revista norteamericana Newsweek planteaba el pasado diciembre que los líderes de opinión oficialistas han presentado a la Rusia de Putin como a una Rusia liberada de sus deudas externas y, de nuevo, una candidata con su política exterior a contrarrestrar la hegemonía de Estados Unidos. “Como el crecimiento económico en Rusia ha sido palpable en los últimos años, los medios también lo achacan al tino de los hombres del Kremlin a organizar los recursos energéticos, y, sobre todo, a la estabilidad conseguida en el país”, afirmaba Mathews en su columna. Una estabilidad que se considera como pura hegemonía de los hombres del presidente en el poder sin ninguna fuerza capaz de hacerles sombra y que es una bendición para ese crecimiento económico dado que los burócratas de Moscú pueden dedicar todos sus esfuerzos a la gestión del país y olvidarse de las luchas partidistas. Amistad y traición Sin embargo, según Anna Nemtsova, una reputada periodista de origen ruso que colabora esporádicamente con la misma publicación, no es de la opinión de que esas luchas por el poder no existan. Nemtsova viene a defender que la pugna por alcanzar la cúpula política del Kremlin se traslada de las elecciones, donde siempre parece todo el pescado vendido, al interior de la sede de Gobierno. La lucha por el poder se traslada de lo público, el juego electoral, a la oscuridad de los despachos, donde las diferentes familias de burócratas y oligarcas tan pronto como se unen, se enfrentan por el control del país ante la mirada de un presidente que juega un papel de árbitro en aras de la estabilidad. Nemtsova se hizo eco de la ferocidad de la lucha de poder interna en el Kremlin el pasado noviembre, cuando investigó la detención de uno de los cargos más importantes del Servicio de Control Antidroga (FSKN), Aleksandr Bulbov, quien fue arrestado a finales del pasado año por efectivos del FSB, heredero del KGB, por cargos de extorsión. Sin embargo, lo que podría parecer una operación policial poseía un trasfondo muy diferente, dado que el KGB y los Antinarcóticos forman parte de dos facciones antagonistas dentro del Kremlin y éste era un mero episodio más de su guerra interna. Una guerra interna precedida por la detención por parte del FSKN de otro alto cargo del FSB tan sólo unas semanas antes, a lo que el FSB respondió con la detención de Bulbov y una posible implicación en la muerte por envenenamiento radiactivo de otros dos efectivos del servicio secreto. Al menos, el propio jefe de Bulbov en el FSKN, Víctor Cherkesov, así daba cuenta de ello.