TOROS
Dos orejas para ¬El Cid¬ y calor en la última de San Isidro
Por Almudena Hernández3 min
Espectáculos05-06-2005
El calor que desprendía el granito de los tendidos de la plaza de Madrid debió trasmitir cierto aire de triunfalismo a las posaderas recalentadas del respetable. Con tanto sopor se puso en ebullición un clima de triunfalismo. Era viernes 3 de junio, se celebraba el último paseíllo de la Feria de San Isidro. Se anunciaban en el cartel los toros de Victorino y el torero deseado del momento: Manuel Jesús El Cid.
Y dio lo mismo todo lo demás. Con casi un mes de festejos tachados en el calendario de la feria pocos se acordaban del arrojo de César Rincón, el torero que revalorizó la veteranía el 18 de mayo, el triunfador hasta la penúltima de la feria. Pues en la última, el viernes 3 de junio, con los toros de Victorino Martín -que precisamente esta vez no fueron peritas en durce- El Cid salió por la puerta grande. Sí, señores, lo que leen. El Cid esta vez no marró con la espada, por lo menos en el primero de sus toros, al que propinó algún muletazo hondo en varias tandas sentidas. ¡Olé! ¡Olé! ¡Olé!, gritaba el público durante una importante faena a su primer toro. Y algún rezagado se frotaba los ojos o buscaba las gafas para cercionarse de que lo que estaba viendo en el ruedo era lo que causaba tanto alboroto. Resuelta la duda a si aquello era para tanto apareció la frase de moda para dar la respuesta: Va a ser que no. Pero fue, por lo menos para algunos, y aquello le colocó a El Cid en plena rivalidad de trofeos con César Rincón, el otro gran triunfador de la isidrada de la nueva empresa Taurovent. Estuvo un rato bien El Cid, toreó divinamente, pero de las dos orejas, quizás sólo mereció una y media. El respetable -posiblemente ese día no lo fuera tanto- acudió a la Monumental de Las Ventas a ver triunfar al torero del momento, el más nombrado, el que tienen en la boca los entendidos. Y allí que fueron los del clavel y los del taper de la merienda, algunos con cochinillo asado y todo: a ver triunfar a El Cid. Bajaron el aperitivo a fuerza de levantarse, sentarse, aplaudir y demás aspavientos, El Cid mató a la primera, y le endosaron las dos orejas. Enterneció a muchos la escena del torero sensible dando emocionado la vuelta al ruedo con las dos orejas. Enterneció aquella situación extraña, después de tantos triunfos de mayor calado que el torero sevillano ha malogrado con la tizona. La culpa la tendría el calor, que no estuvo presente en las anteriores citas. O que no eran victorinos o quién sabe. Pues en la última de San Isidro, después de lo de la oreja y media salieron otros toros y el respetable siguió con las posaderas cocidas, al vapor del granito, esperando el turno de Manuel Jesús. Y casi dio igual lo que hizo Luis Miguel Encabo con el peor lote de la tarde; y dio casi todo igual lo protagonizado por Luis Bolívar hasta que puso las rodillas en tierra para recibir al sexto con una larga frente a toriles. Al respetable le daba todo igual porque había ido a ver triunfar a El Cid. Alguno -pobre- pagó hasta 600 euros por una entrada. El Cid salió por la puerta grande y ocurrió el milagro: a alguno se le evaporó algún gramito en los cuartos traseros después de dos horas de sauna granítica y sentarse y levantarse cien veces para aplaudir. ¿A quién? A El Cid por supuesto. Lo dicho: fue bueno, intenso, pero ¿meritorio de dos orejas? Va a ser que no.