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CATÁSTROFE

El terremoto surasiático se ha cobrado ya 280.000 vidas

Fotografía
Por Alejandra Linares-RivasTiempo de lectura1 min
Sociedad30-01-2005

Ingentes cantidades de dinero, miles de voluntarios y mucho empeño. El mundo se volcó desde el primer día. La inyección inicial de capital y apoyo ha sido inmensa. Pero tal vez no haya bastado porque, pasado un tiempo, el olvido traiciona a la mente. Ese impulso de solidaridad pierde intensidad poco a poco.

El mar ha acabado con lo que había en su camino. No podía ser menos, cuando azotó la tierra con tal virulencia y la cubrió con diez metros de agua salada durante 30 minutos. Sri Lanka, India, Indonesia, Tailandia, Malasia, Bangladesh y Maldivas eran las elegidas por el turismo y, también, por la catástrofe. Sus arrozales están abrasados, como tantos otros cultivos. Los escombros y cadáveres sustituyen a los frutos de las plantaciones. Los resortes turísticos costeros han desaparecido. Pero la necesidad inmediata no es la reconstrucción. Para que esta pueda llevarse a cabo, lo primero es colaborar con la población de las zonas afectadas. Si las calles siguen repletas de cuerpos sin vida, les resultará difícil recuperar la estabilidad emocional. Si los supervivientes quieren seguir adelante a pesar de haberlo perdido casi todo, deben reunir fuerzas para luchar contra las adversidades. Los muertos siguen apareciendo. La temporada de lluvias dificulta las labores de rescate. Ambos factores son sinónimos de epidemias al acecho. Enfermedades como la malaria, el cólera, la fiebre amarilla y las fiebres del dengue se propagan con especial facilidad dadas las condiciones de hacinamiento de población en refugios provisionales. Conviene que la ayuda se materialice, no tanto en fondos económicos como en facilidades para la salud pública. De momento, las ONG se encargan de llevar medicinas, tiendas de campaña, agua potable, mano de obra y comida. Pero hay que tener en cuenta el tipo de alimentación de los lugareños. Es de una relevancia vital suministrar a los supervivientes aquello que su cuerpo está acostumbrado a digerir; de lo contrario, podrían padecer, además, diarreas u otras enfermedades gastrointestinales.