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José María Lidón, una vida sencilla y llena de humor

Por María Fernández RiverasTiempo de lectura1 min
España07-11-2001

Dos disparos de ETA han acabado con la vida y las ilusiones del magistrado José María Lindón. "¡Qué Poco importante soy que en los últimos papeles de ETA no he salido!", comentaba recientemente.

Trataba los problemas con humor y solía restarle importancia a los momentos agrios de la vida. Tal vez por eso, no llevaba escolta. Amaba la libertad y no creía que su sencillez, entrega a los demás y devoción a su familia pudieran interesar a ETA. La sentencia de 1997 que castigaba con 11 años de cárcel un ataque con cócteles molotov fue la causa de su asesinato. Lidón, de 50 años, llevaba una carrera judicial intachable, marcada por la justicia y la neutralidad. Así, en 1999, condenaba a varios guardias civiles por torturar a un etarra. Lidón compaginaba su trabajo en la Audiencia Provincial de Vizcaya con la docencia en la Universidad de Deusto, donde gozaba de un gran prestigio. Sus alumnos lo recuerdan como un docente cercano y asequible. También sus vecinos destacaban su trato atento, una sencillez extrema que contrastaba con las importantes funciones judiciales que desempeñaba. Aficionado a la montaña y al deporte, Lidón poseía un gran sentido religioso. Eran habituales sus lecturas en las misas de la iglesia los Trinitarios de Algorta, la misma que ofreció su funeral. Natural de Girona, se había convertido en un ciudadano más del País Vasco. Un mestizaje que se refleja en los nombres de sus hijos, Jordi e Iñigo. Su familia era el centro de su vida y, tarde tras tarde, siempre tenía tiempo para pasear con su mujer por las calles de su barrio.