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SIN ESPINAS

El que a Hierro mate...

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión23-12-2002

¿Quien caerá en ese estúpido intento? Los poetas como él nunca mueren. Su ingente obra se quedará aquí en Madrid para que la administre su hija y se acerquen a ella generaciones venideras. Sus restos irán al panteón de los ilustres de su amada Cantabria donde cambió su corazón capitalino por el aire, la arena, la hierba fresca, la marea, el horizonte y el viento de la playa del Sardinero. Allí le conocí, allí entrevisté al espíritu más fuerte y vivo del Palacio de la Magdalena. Era el año 2000 y su respiración de enfisema ya hacía más ruido en el micrófono que su gruesa voz de hombre vívido. Vino de su siesta habitual con sus tres filas de ojeras y su mapa de arrugas. Tres mil dunas frontales que daban paso al desierto de su octogenaria calva. La calva del siglo XX. Con su verso fácil y conciliador. Vino a despedirse en directo, como lo hizo en cada una de las entrevistas de los dos últimos años de su vida. Era ese verso de Vida: "Después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o después de todo / supe que todo no era más que nada. / Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!». / Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!». / Ahora sé que la nada lo era todo, / y todo era ceniza de la nada. / No queda nada de lo que fue nada. / (Era ilusión lo que creía todo / y que, en definitiva, era la nada.) / Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada". Desde ayer José Hierro sabe que hasta su nada lo es todo; y que aquí en la tierra se harán caso a sus plegarias: “Me importa que un poema mío sea recordado por el lector no como un poema sino como un momento de su propia vida”. Vida, vida y vida. La obsesión que le retuvo en ésta vivo, vivo y vivo. Momento de vida que vivimos juntos, años después de haber vivido en las aulas del colegio su poesía de mi niñez. Por todo eso nadie se atreverá a matar a Hierro sin morir antes a hierro en el intento. Su epitafio de esperanza para la tumba de un poeta lo confirma: ”toqué la creación con mi frente. / Sentí la creación en mi alma / Las olas me llamaron a lo hondo. / Y luego se cerraron las aguas”.

Fotografía de Javier de la Rosa