ANÁLISIS DE CULTURA
La lectura calla necios
Por Marta G.Bruno4 min
Cultura23-04-2018
Amanece nublado en la villa cervantina, pero los libreros desenfundan sus productos en una plaza que huele más a celulosa durante unos días. Frente al imparable avance de Amazon aún hay melancólicos que disfrutan de la narcotizante experiencia de analizar los escaparates de estos quioscos.
Pero hay algo que preocupa observar en todos ellos. Entre libros escondidos sobre temáticas tan rebuscadas en los que es difícil no fijarse, los más vendidos se repiten como boletus en los otoños lluviosos en todas las casetas. Los nuevos escritores intentan hacerse un hueco una y otra vez pero ven sus sueños frustrados en un mercado que premia siempre a los mismos y deja poca oportunidad a los que se atreven a publicar.
El sector editorial registró en 2017 un 7,3 por ciento más de títulos nuevos respecto a 2016. De ellos el 31 por ciento eran digitales. Porque aún nos gusta colocar el marcapáginas, o el ticket del tren, o la lista de la compra, o en el caso de los más valientes doblar una de las esquinas con la consecuente sensación de estar hiriendo un ejemplar.
Heridas que duelen como si de un ser vivo se tratara, y recuerda una servidora una anécdota en la que en una de las redacciones en las que trabajó fue testigo de cómo entre varios redactores se repartía un ejemplar de un libro. La táctica elegida no era la de fotocopiar las páginas, sino arrancarlas directamente del lomo. Y entonces al despegarse dejaban un rastro de pegamento en forma de hilo como si de su sangre se tratara, y el dolor mental era como el de alfileres clavados en el rincón cerebral que adora el libro como objeto. Y ese momento tan surrealista como veraz demostró ser la prueba fehaciente de que el libro es como un ejemplar de oro vivo que aguanta con estoicismo el pasar de los años, de mano en mano y de vida en vida. Y de ahí que el crecimiento del subsector digital sea lento.
7 de octubre de 1926. España celebra el primer Día del Libro. O entonces la Fiesta del Libro Español. Ay de muchos los que criticarían el haber puesto ese nombre por facha, fascista, y otras tantas dedicatorias, sobre todo cuando la idea había partido de un editor valenciano afincado en Barcelona. Bromas quisquillosas aparte, este país puede vanagloriarse de una calidad literaria que se encuentra en lo alto de la pirámide.
Difícil hacer una retrospectiva de lo que le depararía al país en cuestiones literarias. Hay mucho y muy bueno. Hay una evolución que coloca en los últimos años entre los más vendidos a autores de dudosa relevancia, pero cuyo puesto en las listas debe respetarse como se respeta a los lectores. Pero también hay diamantes. Desde Sonetos del amor oscuro de Federico García Lorca, no recopilados y publicados hasta los años 80 y que constituyen la crema de la poesía española y debido referente en escuelas y talleres. La Colmena del Cela de los años 50, chirriante entonces para el poder por sus alusiones a temas tan escabrosos entonces como el sexo, pese a gustar por otras facetas de su trabajo literario. La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset como la obra que clarificaba lo que vendría después, o Niebla, de Unamuno, o uno de los primeros amores literarios en época escolar.
A la venta de libros también le duele la piratería. Porque de cada ejemplar vendido en 2017 se consumieron tres de forma ilegal. Porque el delicado proceso de elaboración de una obra consta de muchos eslabones, entre ellos editores, traductores y correctores, que sufren los coletazos de una crisis que ha dado de lleno sobre el sector.
Y Alcalá de Henares respira de nuevo la fiesta de la lectura, el homenaje al genio de las letras, fiel representación de nuestro país aquí y fuera, que en su hijo predilecto y joya del español desparrama enseñanzas como puños, como las locuras de Don Quijote: "la verdad adelgaza y no quiebra, y siempre nada sobre la mentira como el aceite sobre el agua". La lectura calla necios y otorga virtudes. Suban al tren, no sea que se haga tarde.