ANÁLISIS DE ESPAÑA
Plantar la sombrilla
Por Alejandro Requeijo2 min
España05-09-2016
Ha habido municipios costeros este verano en los que las autoridades han optado por multar a quienes se aseguraban un sitio en primera línea de playa. El sistema no es nuevo: llegan al alba, plantan su sombrilla y vuelven cuando les da la gana. Ahora eso se multa. Ojo porque la medida exige una reflexión, con permiso del debate sobre el burkini, ante la que no cabe otra opción que rebelarse. Lo digo desde la imparcialidad que me confiere veranear desde siempre en playas del norte gallego donde el agua es siempre gélida y no existen las disputas por los centímetros de arena.
Cualquier sociedad que aspire al progreso no puede por menos que situarse al lado del esforzado veraneante que pone el despertador en agosto para bajar a la playa a plantar su sombrilla. No digamos si lo hace para garantizarle un sitio digno a la abuela. O para que los niños tengan un lugar en el que construir su castillo. Pocos elementos de unión sobreviven hoy en las familias como una buena sombra en la playa lograda con esfuerzo. Las informaciones publicadas sobre esta problemática estival irradiaban un tufillo nada disimulado de rechazo a esta actitud del playero implicado en el solaz esparcimiento de todos los suyos. Puede que haya sido sólo impresión mía. Sin embargo, insisto, merecen toda nuestra solidaridad, mucho más que el veraneante acomodado que, cuando tiene a bien levantarse de la cama, espera que el mundo le siga esperando. Pero en España se multa a los primeros pese a que en esta fábula son las hormigas y los otros las holgazanas cigarras. Leo que los hay que se sienten descubiertos y prefieren dar por perdida su toalla antes que regresar al lugar del crimen y pagar la multa, cual vulgares carteristas.
Si la playa es de todos, ¿quién decide el momento en el que se puede o no se puede plantar la toalla? ¿Quién decide el tiempo mínimo que uno debe hacer uso de ella antes de irse, por ejemplo, a desayunar al bar? En algunos municipios eso lo decide por ti la Administración en lo que supone una intromisión intolerable a la libertad de cada uno en defensa, otra vez, de los que menos luchan para conseguir un objetivo. Resulta cuanto menos curioso comprobar cómo a la mínima oportunidad de decidirse ente la cultura del esfuerzo o lo otro, se opta casi siempre por lo otro. ¿Qué haremos cuando acabe el verano con esos trabajadores que se bajan a tomar un café nada más fichar en la oficina? ¿Y dos cafés? ¿Y tres cafés? Si alguien plantease multarles sencillamente tendría que exiliarse.
Hallaremos el sistema perfecto cuando encontremos el término medio entre el individualismo salvaje que abandona a sus víctimas en las cunetas de la desigualdad y el colectivismo salvaje que cercena la iniciativa individual en altar de la sacrosanta igualdad. Hasta Churchill, que era mucho más amigo de la ginebra que de los madrugones, sabía que para salir adelante era necesario sangre, sudor y sombrillas al alba.
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Alejandro Requeijo
Licenciado en Periodismo
Escribo en LaSemana.es desde 2003
Redactor de El Español
Especialista en Seguridad y Terrorismo
He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio