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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Equipaje para un barco

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Sociedad27-07-2016

Los hombres de la mar no suelen hablar mucho pero, por su profesión, piensan tanto o más que muchos filósofos. Los hombres de la mar dicen que un barco muestra el equipaje que porta toda persona que sube a cubierta. Y dicen también que, aunque apenas se lleve un bañador y los pies estén descalzos para mantener el equilibrio, la experiencia sacará a relucir los miedos y fobias que el pasado cinceló sobre cada persona.

Otros cantares son el mareíllo que provoca la falta de costumbre de pasarse un rato flotando sobre el mar y que el salitre salte caprichoso de vez en cuando acariciando las velas por un golpe de viento. Entran en el lote. 

La vida misma, la que acompaña en experiencias glamurosamente irreales en un velero en el Mediterráneo, en navegaciones a la desesperada en busca del sueño europeo o en ataques como los de Orlando, Niza, Múnich o Afganistán, también es como ese equipaje invisible que, como dicen los hombres de la mar, carga todo hijo de vecino, ya sea un lunático terrorista o el protagonista de un capricho estival para homenajearse el cuerpo.

Navegar supone más que ganarse un buen bronceado del que presumir todo el verano, aprender a compartir un mínimo espacio con otras personas, vencer el miedo a la oscuridad y la fragilidad ante la naturaleza o superar la costumbre de las comodidades de tierra firme. Y eso todo el mundo no lo aguanta. Navegar también implica lucir unos buenos callos en las manos, de atar y desatar cabos cuando el mar lo pida, o dejar el sombrero si el viento se lo quiere llevar.

Navegar, también en tierra firme, supone, además de tomar una preceptiva pastilla para parar la fiesta de las vísceras, poner cabeza
Navegar, también en tierra firme, supone, además de tomar una preceptiva pastilla para parar la fiesta de las vísceras, poner cabeza: buscar el favor del viento, caminar siempre por el lado más elevado de la nave y colocar las velas para aprovechar la fuerza del viento, aunque sople en sentido contrario a nuestro rumbo.

Precisamente allí, en la firmeza de la costa aún visible, donde miles de almas disfrutan de un baño en el borde de la arena dorada y otras creen hacerlos del desfase de un catamarán ruidoso y alcohol low cost, llega el mismo agua que en este otro lado de las boyas, por donde pasan barcos de Salvamento Marítimo, pesqueros en busca de pan (y peces) y otros viajeros de placer.

Pues, al margen de la mochila que cada uno llevemos, en este mar nuestro de cada día desembocan las mochilas invisibles de todos, de quienes temen a las tormentas que acaban en los ríos tras las noches calurosas de la meseta y de quienes ahogan sus sueños por huir de una guerra provocada por una panda de mochileros sin escrúpulos.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo