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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Con mucha verdad (como Víctor Barrio)

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura4 min
Sociedad10-07-2016

Tengo un vago recuerdo de la muerte de José Cubero Yiyo en agosto de 1985 en la plaza de toros de Colmenar Viejo. Yo tenía siete años y andaba jugando en la puerta de la casa de mis abuelos cuando llegó Vicente, el vecino, un mozalbete siempre sonriente a quien también la vida le sabría a poco, tratando de hacerse a la idea de lo que apenas un rato antes había visto en el ruedo colmenareño. Un toro le había reventado el corazón al príncipe de los toreros, el héroe de luces en la época de la movida, el chaval de Coslada que soñó con la gloria del toreo. Aún dos décadas después, en una entrevista al gran Antonio Chenel Antoñete, el maestro del mechón recordaba entre lágrimas la muerte de quien aquella tarde había sido su compañero de cartel. El recuerdo parecía estar tan reciente que el torero de Las Ventas parecía tomar miel en vez del café solo sin azúcar con el que se despertaba, cigarrillo en mano.

Ya en la Universidad (permítanme que me ría de la actual precariedad de los becarios de periodismo) tuve la oportunidad de firmar en la sección taurina de un periódico nacional. Pero esta circunstancia apenas sólo se producía para hacer seguimiento de los toreros que caían heridos. Y en esas se andaba la chica que jamás olvidaría la forma en que Vicente trajo al pueblo la mala noticia de Yiyo en aquellos tiempos sin Internet ni troles antitaurinos. 

Están hechos de otra pasta, comprobaba día tras día, entre avisos de bomba y atentados de ETA merodeando la redacción, mientras corroboraba la idea de que esa materia que daba forma a los últimos héroes contemporáneos no era otra que una pizca más de humanidad de la que no solemos disponer el resto de tristes mortales. Aún estoy impresionada por aquellas conversaciones telefónicas con los caídos, con los puntos y la anestesia frescos, sin más dolor que los contratos perdidos o el fallo que cometieron ante el morlaco para acabar en el hule. "Los toros avisan siempre", decían a aquella aprendiz de periodista que después se daría cuenta de que para serlo jamás se deja de aprender. Porque torear (también a la vida) es engañar al toro con mucha verdad.

Y en esas estaba el nueve de julio de este 2016, con ganas de toros, porque la vida sale cada mañana desde chiqueros. Los hallé en Telemadrid, con una corrida de toros retransmitida desde Teruel con los comentarios del torero Andrés Vázquez y los periodistas Miguel Ángel Moncholi y Aleyda Baz. Y aunque ellos hicieron bien en no decirlo, y es de aplaudir su profesionalidad y sensibilidad, nada más ver la cornada salí a la terraza y me sentí como seguramente Vicente casi treinta y un veranos atrás: con el alma fría. "Poco le falta a Víctor Barrio si no le ha matado un toro", les dije a los míos sin querer ver más repeticiones a cámara lenta en la pantalla.

Me puse a rezar mientras Twitter devoraba a sus hijos y la caja tonta mostraba lo que mis colegas no deseaban confirmar
Y me puse a rezar mientras Twitter devoraba a sus hijos y la caja tonta mostraba lo que mis colegas no deseaban confirmar. Los toreros lloraban. Los toreros, esos tíos que se visten de luces con heridas sin cicatrizar, a quienes les duele más la pérdida de contratos por un percance o la torpeza que les manda al hule, lloraban desconsoladamente al otro lado de las pantallas. 

El nueve de julio de 2016 no envidié el lugar dolorosísimo de mis colegas, ni el sabio torero castellano. Los toros, por pequeños, feos y cornicortos que parezcan, matan. Y los toreros, por muy mal que creamos que lo hacen, se juegan la vida. Todas las tardes. Y ahí está su grandeza, en tanta verdad como derrochan en este mundo podrido de mentiras. Por eso se merecen un respeto. Y una oración, un 'Padre nuestro que estás en los ruedos'. También Víctor Barrio, que intentó burlar la vida con mucha verdad y que, ojalá, ahora estará en la feria más importante del mundo, dando recuerdos al príncipe José y al maestro Chenel.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo