Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Viejos mitos

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura3 min
Sociedad20-04-2016

Hace unos días leí que, aunque nos hagamos mayores, no debemos renunciar a nuestros mitos. Y en ello estamos, en no dejarnos desenamorar de la primavera, ni en abandonar lo que todo español tiene "un poco" (de torero, poeta y loco), ni en eso de llevar la contraria cuando alguien diga que no se puede. Algún día de estos habrá que torear, de la otra manera, con la pata p´alante, volver a escribirle versos al amor y liarse la manta a la cabeza para seguir sintiéndose vivo aunque nos quede menos aire.

Mientras, perseguiremos los ideales perfectos de verdad, belleza y bondad que se hospedan en la balda de las preguntas fundamentales, mientras la vecina llama al timbre para resolver su fundamental necesidad de ver la tenelovela. Bajo el polvo del paso del tiempo, ése que a ella le teje telas de araña en el intelecto, los viejos y eternos ideales permanecen asequibles y alcanzables, al menos, a la punta de los dedos. Qué pena da hacerse viejo, pero cuánto bien hace en el portal del vecino al que le suena la puerta.

"Todo aquello que es humanamente posible se debe intentar, merece la pena hacerlo y se puede lograr con éxito", escribía en mi carpeta de estudios adolescentes (cuando no sabía aún que lo "humanamente posible" es lo moralmente humano). Y lo tremendamente humano pasa por enfadarse con una misma por haber fallado en el trabajo y por abrir las entrañas del cariño al SOS tecnológico que solicita la anciana del rellano.

Así que los mitos vuelven, como la flor a los cerezos, las oscuras golondrinas y los aguarruchones de abril, y aquí estamos, una semana más, casi mil, desempolvando mitos en el diván de estas letras virtuales que tanto ethos retórico muestran de una. ¡Si Aristóteles levantase la cabeza!

Quizás el pobre se encontraría como esta humilde plumilla, con el corazón partío entre el pueblo y la ciudad, el rey y el mendigo, lo dulce y lo salado, el mar y la montaña, la vocación y la hipoteca, Dios y los hombres, el avión y el tren, el español y el inglés, la familia y el periodismo, los tacones y las deportivas, la música y la poesía, papá y mamá, la carne y el pescado... y la vecina, que vuelve a llamar al timbre (claudicó, ahora quiere ver Sálvame).

Los mitos, sobre todo los imperfectamente humanos, suelen caer la mayoría de las veces, como caen los frutos con el granizo: de golpe, magullados, fríamente arrasados como por un apocalíptico castigo divino. Y ahí está la cuestión, en que ciertos mitos, por mucho que se crean olvidados, nos explican tanto que no se despeñarán jamás desde su hornacina de leyenda. Yo me entiendo y ustedes lo harán, queridos lectores, si dentro de siete días dedico estas líneas a mi viejo mito de cabecera: maravilloso y borde, mortal y eterno, humano y loco un poco, algo de poeta y, por supuesto, torero. Con permiso de la vecina, claro, a quien sus malvadas telarañas obligaron a interrumpir la escritura de la periodista un par de ocasiones.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo