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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

11.316

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura3 min
Sociedad18-01-2016

Es un dato. Una de tantas cifras que a diario se vomitan destino al salón de casa, al vagón del metro, al banco del parque y a la cinta para eliminar el turrón del gimnasio. Lo leemos de pasada en la pantalla luminosa del aparato de turno con el que nos informamos de aquella manera. O lo escuchamos en la radio y en la televisión mientras hacemos otra cosa y no nos inmutamos.

Pero la cifra se las trae. Es como si fuera la de un parte de guerra (habrá que remover las tripas también por esas bajas injustas también ignoradas y al menos dedicarles unas líneas). Es el balance, la expresión fría de una catástrofe que, como la mayoría, quedará en el olvido. El ébola, un virus casi letal.

Sólo hay que comparar esa cifra con otra para comprobar su alta mortalidad. Hasta la semana pasada la Organización Mundial de la Salud (OMS) había contabilizado 28.637 personas en todo el mundo que habían sido infectadas por el virus desde que hace dos años comenzó a extenderse desde África occidental. De ellas habían fallecido en todo el mundo 11.315, cifra que parecía definitiva, pues en Sierra Leona no se conocía ningún caso desde principios de noviembre.

Habían pasado 42 días sin malas noticias, lo que supone el doble de tiempo del que la enfermedad tarda en aparecer tras el contagio. No news, good news. Pero las autoridades sanitarias internacionales tuvieron que rectificar.

El 12 de enero murió una mujer de 22 años, y aquella buena noticia prendida por alfileres se desmoronó sin apenas importar a occidente en sus novedosos dispositivos informativos, sin que nos preguntemos cómo luchan los africanos contra el ébola, cómo son sus hospitales, con qué medios cuentan, qué ha pasado con las familias que ha diezmado la enfermedad, cómo se discrimina a los supervivientes, cómo han quedado las economías de decenas de poblados… No nos importó, y eso que sí nos movilizamos para criticar que dos misioneros contagiados pudiesen ser tratados en un hospital europeo o que no se sacrificase a una mascota que convivió con una persona enferma (en África vinculan contagios de animales a humanos).

Hace unos días, antes de que la OMS lanzase las campanas al vuelo, la laureada Orden de San Juan de Dios denunciaba la situación en la que estaban sus hospitales en África, considerados de referencia tanto en la lucha contra el ébola como en la atención sanitaria básica de los países en los que se hallan.

Parece que aquel grito tampoco se escuchó. Lejos estaba aquella imagen de salas de prensa abarrotadas en las que los portavoces de la orden hablaban de los dos misioneros españoles contagiados y que finalmente murieron por tratar de ayudar a los africanos en esta otra catástrofe que les acecha. Aquello fue sonado también porque la enfermedad se hospedó en el organismo de Teresa Romero, una trabajadora sanitaria que se ofreció para colaborar en la atención directa de aquella crisis que salpicó a España.

Ojalá que, al menos, el premio Princesa de Asturias que recibió la orden, les sirva para contribuir a que la cifra no aumente demasiado. 11.316 son bastantes, pero tras el último caso, en la perdida Sierra Leona (que no está tan lejos en avión de Madrid), hay más de un centenar de personas bajo sospecha de ébola.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo