Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ANÁLISIS DE ESPAÑA

Políticos simpáticos

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura2 min
España30-11-2015

Que ahora no se queje nadie, pues esto es justo lo que les pedíamos. Queríamos políticos simpáticos en esta España que reposó sobre el juancarlismo la insoportable realidad de reconocerse así misma como monárquica. Es decir, aquí la legitimidad de la Corona la daba la campechanía y no la sangre azul. El súmmum del postureo políticamente correcto era definirse juancarlista y republicano. Por eso sólo cuando el Rey dejó de caer simpático y no antes hubo que abordar un relevo en la Jefatura del Estado para evitar males mayores. La simpatía siempre ha estado sobrevalorada. Vale más ser mediocre, pero majo, que eficiente, pero borde. Y si ahora tenemos políticos que prefieren conquistarnos bailando, comentando la Champions, o como tertulianos de Sálvame, es porque eso es justo lo que les estábamos pidiendo. Ahí están las audiencias que generan para quien las quiera comparar con la rueda de prensa del Consejo de Ministros que se emite todas las semanas, por ejemplo. Ahora no vale quejarse pues.

Hasta Iglesias ha visitado el programa de María Teresa Campos que, como en la Tuerka, también se apela a la nostalgia. “¿Qué tenéis en contra de la nostalgia, eh? Es la única distracción posible para quien no cree en el futuro”, decía Jep Gambardella en La Gran Belleza de Sorrentino. Sirva su sentencia para un Podemos que tiene poco pasado pero al que las encuestas no hace mucho le anunciaban un futuro más boyante. Dirigentes simpáticos, decía. Un vicio más en el que hemos caído al encarar nuestra relación con los políticos. Es como si antes de entrar a un quirófano, en lugar de preguntar por la experiencia del cirujano, nos interesásemos por saber si ha cocinado alguna vez arroz a banda en casa de Bertín.

En esto la política española no ha inventado nada por otra parte. A Michelle Obama se le ha visto echarse una carrera de sacos con Jimmy Fallon por los pasillos de la Casa Blanca. Al matrimonio presidencial norteamericano no le queda ya ningún programa de entretenimiento en el que figurar sin que nadie les haya llamado populistas, término que parece reservado para quien da mitines en chándal o se viste de chulapa por San Isidro. Precisamente una de las cosas que nos diferenciaba de los americanos era la separación entre la vida pública y la privada a la hora de escrutar a nuestros políticos. Eso permite, entre otras cosas, que nadie tenga que dar explicaciones públicas cuando engaña a su mujer con una becaria. Es algo privado, se zanja aquí. Si eso le hace a su mujer, ¿qué no le hará a sus votantes a los que ni conoce?, se cuestiona allí. Pero si nuestros políticos nos abren ahora de forma consciente las puertas de su vida privada en su versión más positiva para sacarnos el voto, ¿se entiende que entran en el juego para lo bueno y para lo malo? Pues luego que tampoco se quejen.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio