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SIN CONCESIONES

Comunicación y Credibilidad

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura5 min
Opinión30-07-2015

Muy preocupado debe de estar Mariano Rajoy para emprender una carrera desesperada a máxima velocidad hasta las elecciones generales de final de año. El presidente del Gobierno y líder del PP se ha lanzado como loco al sprint para recuperar un millón de votantes abstencionistas. Sostienen los sociólogos -y lo refrenda el aparato de su partido- que si convence a un millón de simpatizantes desencantados tendrá en el bolsillo la victoria y al alcance de la mano continuar cuatro años más en La Moncloa. Rajoy apenas dispone de seis meses de plazo pero cree que es posible recuperar la confianza con una campaña pedagógica a contrarreloj como nunca antes había desarrollado. ¿Dónde ha quedado el gallego impasible, de paciencia infinita, equidistancia calculada y prudencia conservadora? ¿Qué fue de su concepción de la política como una carrera de fondo? La sangría de poder sufrida en las elecciones autonómicas y locales de mayo ha provocado que abra los ojos de una vez a la realidad social de España y despierte ante la batalla ideológica.

Rajoy se ha puesto el sombrero a lo Indiana Jones y cabalga en busca del voto perdido
Un mes y medio ha bastado para comprobar que Rajoy va a pelear duro estos comicios. Parece que al fin se ha desprendido de la anticuada y errónea tesis de Pedro Arriola de que al PP le basta con ponerse de perfil para vencer, como en 2011. El líder de los populares ha dado la vuelta como un calcetín a esa estrategia y ha tomado las riendas. Nombra cuatro nuevos vicesecretarios generales en el PP, baja el impuesto del IRPF con carácter retroactivo desde el 1 de julio, sustituye a sus barones territoriales más cuestionados para vender renovación, duplica las apariciones públicas, concede más entrevistas que nunca, anuncia una ruta social con poco contenido pero buen nombre e incluso visita por sorpresa negocios familiares y centros de acogida para mostrarse cerca de quienes más han sufrido por la crisis. Rajoy se ha puesto el sombrero a lo Indiana Jones y cabalga en primera persona en busca del voto perdido. Sin duda, el dirigente gallego ha cambiado de manera radical la táctica habitual y parece obsesionado por convencer a los españoles (al menos a los más cercanos a su partido) de que la crisis económica ha quedado atrás y que ha sido gracias a las reformas del PP, por duras e impopulares que resulten algunas de ellas.

El cambio de Rajoy consiste en renovar todo, absolutamente todo, para evitar que le renueven a él. El eje de esta metamorfosis pasa principalmente por comunicar más y mejor, hasta ocupar casi todos los espacios mediáticos para contrarrestar el discurso de los adversarios. Nunca puso tanto empeño en comunicar quien tantas veces ha demostrado lo poco que le importa la comunicación. A Rajoy le gustamos poco los periodistas y escasamente los periódicos, con la excepción de Marca. Varias veces ha confesado que, si por él fuera, prohibiría los titulares de prensa para obligar a leer los textos al completo. Pese a su desconfianza generalizada en los medios, ahora se vuelca con nosotros, cosa que agradecemos aunque no olvidamos su pasotismo anterior. Cree que así recuperará los votos a la fuga.

La credibilidad es la piedra de bóveda sobre la que se sostienen acción política y comunicación
El presidente del Gobierno ha corregido por fin dos de sus principales defectos: la falta de comunicación y de acción política. Ha comprendido que la economía sola no gana elecciones, al menos no esta ocasión. Sin embargo, para que este giro de 180 grados surta efecto es imprescindible un factor esencial, sin el que la comunicación y la acción política se desvanecen como un castillo de arena en la orilla de la playa. La comunicación es inútil cuando no existe credibilidad. Sin credibilidad el mensaje se pierde: entra en saco roto o, incluso, provoca el efecto contrario al deseado porque degenera en hartazgo. La credibilidad es la piedra de bóveda sobre la que se sostienen acción política y comunicación. Sin esa pieza magistral ambas caen al suelo. Así que por mucho que Rajoy prometa y haga servirá de poco si los ciudadanos no le creen primero. No rascará un voto de los españoles si en tanta rueda de prensa perciben una sobreactuación, si en sus discursos optimistas detectan oportunismo, si en las nuevas medidas sociales vislumbran cercanía electoral, si en los buenos datos económicos imaginan algún tipo de disfraz y si en sus advertencias contra la izquierda tantean desesperación.

El votante del PP nunca alcanzará el orgasmo con Rajoy y en su partido lo admiten
Cada nuevo gesto de Rajoy, en solitario, es oportuno y necesario. En cambio, en el conjunto de esta legislatura, llega tarde y casi a lo kamikace. Le hubiera ido mejor de comportarse así desde el primer día y de haber dado la cara en los momentos más difíciles, cuando los españoles aún confiaban masivamente en él. Esa fe mayoritaria murió en la primera mitad del mandato y es casi imposible de resucitar en apenas seis meses. La credibilidad perdida nunca se recupera, es como un matrimonio que se rompe y jamás vuelve a sentir la pasión del principio. El votante del PP nunca alcanzará el orgasmo con Rajoy y en su partido lo admiten. Por eso, se conforman con menos. Les basta con asegurarse una relación de conveniencia con un millón de abstencionistas. Los diez millones de votos de 2011 jamás se repetirán y menos aún con este candidato. No lo decimos los periodistas a los que antes ignoraba y ahora utiliza. Lo afirman sus propios compañeros de partido, incluso aquellos que ha renovado para poder presentarse por cuarta vez consecutiva a unas elecciones generales.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito