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ANÁLISIS DE ESPAÑA

La Gioconda del Camp Nou

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España01-06-2015

Sería justo empezar reconociendo que la costumbre de pitar los himnos de los demás no es patrimonio exclusivo de los nacionalismos periféricos. Estadios cuyas gradas proclamaban orgullosas el “yo soy español” con motivo de un partido de la Roja (antes conocida como España) también silbaron los himnos de otras naciones sin que ello generase un profundo debate. Si acaso algún comentario que duraba lo que tardaba el árbitro en dar comienzo al partido. Uno que es futbolero y tiene memoria recuerda haber asistido en persona a varios de estos agravios. En este país se ha osado a pitar un himno como La Marsellesa, algo sencillamente inaceptable para cualquiera que haya visto Casablanca y sepa reconocer la mejor escena que tiene esa película. Se puede tratar de contextualizar la cosa rebuscando en aquel balón que se le escapó a Arconada o directamente en la histórica mala vecindad con el gabacho invasor, los camiones de fruta desparramados por el suelo y todo eso. Pero rápidamente la memoria recuerda a todo un Bernabéu silbando también el himno de Turquía, por citar otra pitada vivida in situ. Turquía. Los españoles no olvidamos así como así la mano que perdió Don Miguel en Lepanto y esa es la manera de recordárselo. Esa y la de asaltar un puesto de kebabs para bajar el pedo a la salida del garito.

Buscar razones es una trampa porque al final de lo que se trata es de la demostrada incapacidad que tenemos los españoles (y los que no quieren serlo) para respetar lo que significan los símbolos, algo tan intangible y a la vez tan importante como eso, los símbolos y lo que representan. Ya sea La Marcha Real, Els Segaors o la Cibeles -donde los culés residentes en Madrid, por cierto, no dudan en restregar sus títulos al eterno rival-. Aquí, que hicimos presidente a un hombre cuya primera decisión que se le recuerda en materia internacional fue permanecer sentado al paso de una bandera, se puede repetir que España es un país de pandereta y llegar a creérselo incluso. Pero cuidado con que alguien diga algo de nuestro aceite de oliva, nuestro vino o la Virgen de nuestro pueblo. Y más aún si ese alguien viene de fuera. Incoherencias sólo a la altura de prohibir los toros en Cataluña, pero cuidadito con tocar los correbous. En este escenario tan típicamente nuestro, la sonora pitada del Camp Nou no aporta muchas cosas nuevas a un país acostumbrado a valorarse poco a si mismo. Incluso puestos a escandalizarse, escandaliza más que se silbe un minuto de silencio por un asesinado de ETA como pasó en San Mamés tras la muerte de su paisano Isaías Carrasco (2008).

De nada sirve tratar de convencer a quienes silbaron el sábado que sientan como propio ese himno. Ni siquiera es necesario, de hecho. Aquí sólo se está hablando de educación y respeto. De nada sirve tampoco tratar de explicar que ese “chunda chunda” representa mucho más que a un rey o a unos políticos más o menos honrados. Que junto a la bandera o la Constitución representa un Estado de Derecho y unas leyes, cosa no menor en algunos puntos de España como el País Vasco hace no mucho tiempo. Ni siquiera daría resultado apelar entre los silbadores a esa reacción tan humana como es la de ponerse en el lugar del débil, que evidentemente en este caso fue Felipe VI. En la más absoluta soledad aguantó estoicamente el insulto nada espontáneo de decenas de miles de personas mientras a su derecha un Artur Mas de sonrisa giocondina parecía aguantar las ganas de blandir con sus propias manos al monarca y ofrecerlo a la enfervorecida masa oprimida. El gesto de satisfacción de Mas viene a poner de manifiesto un odio a España que su discurso oficial siempre ha tratado de disimular entre promesas de buena vecindad al final de su natural y supuestamente nada revanchista proceso de independencia. Como para fiarse.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio