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SIN CONCESIONES

Je ne suis pas Charlie

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura4 min
Opinión14-01-2015

Podría escribir lo que me dé la gana. Pero nunca lo hago. Podría escribir las mayores barbaridades con tal de llamar la atención. Pero soy responsable. Podría llenar estas líneas de insultos y críticas a los poderosos. Pero intento ser objetivo. Podría buscar la fama con frases provocativas y polémicas. Pero prefiero el periodismo serio y ecuánime. Podría ejercer mi derecho a la libertad de expresión hasta los límites más insospechados, pues ni siquiera tenemos claro cuáles son los límites y dónde comienza la vulneración de los derechos del otro. Sí, el otro, ese ser ajeno a nuestro ego y a nuestros intereses personales que tan poco nos importa la mayoría de las veces. El otro también tiene derechos, como el derecho al honor o el derecho a la intimidad, y sus derechos constituyen una barrera lógica e inquebrantable a mi derecho a la libertad de expresión.

Por todo esto y por muchas más cosas... Je ne suis pas Charlie. Aunque las calles de Occidente y el mundo virtual de Internet o las redes sociales se llenen estos días de carteles con el nombre de la revista francesa... Je ne suis pas Charlie. Cuantas más portadas satíricas veo reproducir en informativos de televisión y periódicos de prestigio... Je ne suis pas Charlie. Cada vez que repaso sus viñetas burlescas... pienso Je ne suis pas Charlie. No, yo no soy como Charlie Hebdo ni me gustaría serlo. Ni ahora ni antes del atentado ni mucho menos cuando en 2006 reprodujo las viñetas contra Mahoma que encendieron la mecha del odio. Aquella chispa prendió poco a poco y ha explotado ahora en pleno corazón de París con el asesinato de once personas en la redacción del semanario, otro policía en la calle, una agente a la mañana siguiente y a las 48 horas cuatro ciudadanos en un supermercado judío.

Los que tanto ensalzan en Francia y en España la libertad de expresión supongo que respetarán que diga que lo de Charlie Hebdo parece un acto de venganza más que un ataque a la prensa. Publicar una revista cada semana se considera un ejercicio de Periodismo pero lo que aparece en esas páginas difícilmente podría definirse como tal. El Periodismo, desde mi visión -quizás retrógrada y desde luego romántica- de la profesión, es más profundo. Una viñeta que se mofa de Mahoma, de Sarkozy, de Gerard de Pardieu o de cualquiera puede resultar divertida pero desde luego no es Periodismo. En todo caso se tipificará como humor pero humor del básico y del zafio porque nada hay más simple en esta vida que reírse de otro con mofa. Eso es lo que suelen hacer los niños cuando un compañero se cae al suelo o comete una equivocación. Lo de Charlie Hebdo es otra cosa, más cercano al género de la provocación que a cualquiera de la profesión periodística.

La fama de la revista era fruto de las polémicas que suscitaba. A más polémica más fama y a mayor fama más prestigio. En esta sociedad europea de pérdida de valores comunes y exaltación de los derechos propios, la libertad de expresión va camino de convertirse en la excusa perfecta de los irrespetuosos, los individualistas, los egoístas e incluso los mentirosos. Pueden afirmar cualquier cosa, aunque sea falsa, y justificarla inmediatamente dentro del derecho a decir lo que piensan. Sin embargo, la verdadera libertad de expresión es aquella que se ejerce teniendo presente las consecuencias porque no hay mayor libertad que la de hablar siendo consciente del peligro que acecha. En eso sí son héroes, aunque irrespetuosos hasta la temeridad, los colegas de Charlie Hebdo.

Tras el abominable e injustificable atentado de los hermanos Kouachi, ha nacido un llamamiento internacional a la prudencia. No debemos prejuzgar a todos los musulmanes por igual y, por supuesto, no debemos suponer que todos los musulmanes son terroristas. Tantas apelaciones pretenden evitar que surja en Francia una ola de islamofobia que desemboque en un tsunami racista. La magnitud de semejante desastre podría arrasar la convivencia cívica que es seña y signo de Occidente. Por lo tanto, debemos diferenciar entre buenos musulmanes -que son muchos- y yihadistas que cometen atentados -que son tan escasos como descerebrados-. ¡Y es cierto! Pero esto mismo es lo que deberían haber explicado a los integrantes de Charlie Hebdo cada vez que la revista publicaba una viñeta contra Mahoma.

Generalizar, aunque sea desde el humor, es malo y profundamente injusto. Mal servicio prestan quienes, al tratar de generar una sonrisa, sólo siembran discordia. La libertad de expresión no es un dogma intocable e incuestionable, especialmente cuando choca con otro derecho fundamental como la libertad de culto. Yo soy cristiano católico y con las viñetas contra Mahoma me siento tan ofendido como si fuera musulmán. Por desgracia, muy pocos ven lo que parece sentido común. Puede que en Occidente nos hayamos quedado miopes de tanto ensalzar mis derechos individuales y hayamos olvidado que la base imprescindible para la convivencia es el respeto a los demás. No es sólo cuestión de Mahoma y ni siquiera de Charlie Hebdo. Es cuestión de mesura, de responsabilidad, de prudencia y de ser justo.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito