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ANÁLISIS DE CULTURA

Calendario manchado de sangre

Fotografía  (©foto: )

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura03-09-2014

1 de septiembre de 1939. Ese día nadie quiso ser polaco. Y ellos tampoco entendían qué habían hecho para merecerse una invasión. Tampoco por qué se vieron tan solos en aquella contienda. O el motivo de aquel pacto entre dos enemigos y a la vez amigos en la sombra. De odiado a camarada. Obsequio de un dictador a otro. Uno mataría a los judíos. El otro a los oficiales. Los polacos recibieron aquellos días a los soviéticos como un rayo de luz entre la penumbra de la fría noche de guerra, pero eran falsas esperanzas que se desvanecieron tan rápido como la pólvora puede aniquilar pueblos. Y en efecto, así de cruel es una guerra que no entiende de reales alianzas, aunque se firmen con sangre. Porque la única derramada es la de esa cruenta cantidad de civiles asesinados por el simple hecho de haber nacido con la condición no elegida por el sanguinario. Y así es como 75 años después las guerras siguen sin cambiar. Tampoco lo hacen los altos al fuego, que duran lo que las atolondradas cabezas pensantes deciden por su único y egoísta interés. La “Operación Himmler” no se queda en el 1 de septiembre de aquel año. Por desgracia fingir una causa –por lo general una nimiedad– es la estrategia perfecta a la que se agarra el interesado para llevar a cabo sus objetivos. Sean antenas de radio atacadas, sea victimismo disfrazado de ayuda humanitaria. Sean lágrimas de cocodrilo. La historia se cuenta con matices dispares según pasan los años. La objetividad deja de ser absoluta cuando el autor omite un dato. Este mismo artículo deja muchos detalles en el tintero por cuestión de espacio y visión del tema. También por la memoria que a la misma han querido transmitir. Otros pueden pensar distinto, según su situación sociodemográfica. Tras visitar Polonia años atrás y este mismo verano los países bálticos y Rusia, pude apreciar que las experiencias vividas han engendrado mentalidades tan diferentes como el dolor que el enemigo ha querido causar. Desde el sufrimiento de países como Estonia y Letonia, a los que han castigado con la tortura de vivir sin personalidad propia hasta hace 20 años, como la visión nublada del significado del comunismo para los rusos. Muchos letones no terminarían de odiar a los nazis, a los que años después recordarían como los que les alejarían de las tempestades de la revolución. Los estonios los entenderían como liberadores de la URSS. Y todo para conseguir un país libre. La memoria ataca mandos según el daño percibido, 75 años después almas rezan para evitar holocaustos que, por desgracia, gotean en el calendario con manchas de sangre. Y lo hacen todos los días.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press