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IMPRESIONES

¿Dónde está la riqueza?

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura4 min
Opinión29-04-2014

«¿Qué significa para ti ser rico?», me pregunta Josué. Le digo que apenas manejo otra cosa que tópicos sobre eso y me responde algo así como: «Pues eso, supera los tópicos. Es lo que estoy esperando». No creo poder hacerlo, pero acepto el reto de pensar con él, y contigo, en voz alta y baja letra sobre el tema. Y con esa misma libertad, te invito a participar en este ensayo compartido. Se dice de una persona que es rica cuando tiene mucho dinero. Pero las personas con mucho dinero nos pueden parecer muy pobres en otros sentidos. Madre Teresa de Calcuta hablaba de las «nuevas pobrezas» del primer mundo, refiriéndose a las carencias espirituales. Eso nos da tres pistas. La primera es que la riqueza supone abundancia y se contrapone a la pobreza o a la carencia de algo. La segunda, que la riqueza se puede predicar de asuntos muy diversos: de la riqueza material a la espiritual, pasando por la familiar, la amistad, el trabajo, la formación, la cultura, el tiempo libre... La tercera, que al identificar diversos tipos de riqueza, intuimos que en ellas hay una jerarquía más importante que la cantidad –tener más o menos dinero–, y es la cualidad o calidad de aquello que poseemos. Cuando decimos de una comida que «está rica» no solemos referirnos a que sea cara, ni a que tengamos frente a nosotros un plato abundante, sino a que sabe bien. La comida evidencia la dimensión cualitativa de la riqueza. Todos sabemos además que «sabor» y «saber» son términos hermanados entre sí y también con la verdad y el bien. En ese sentido, cuando miramos a un rico con sospecha, deberíamos preguntarnos por nuestra mirada. ¿Hay envidia? ¿O acaso descubrimos un desequilibrio entre sus riquezas, de forma que unas poco importantes parecen asfixiar otras por las que debería preocuparse más? Porque si sólo miramos con envidia, el problema no está en sus riquezas, sino en nuestras pobrezas, por lo que nos tocaría, sobre todo, trabajar sobre nosotros. El mundo antiguo sabía que «riqueza» y «pobreza» son términos relativamente relativos, que pivotan sobre lo que llamamos «lo suficiente». Tener más de «lo suficiente» es ser rico; disponer de menos, es ser pobre. En ese juego, los sabios decidían situar sus expectativas sobre «lo suficiente» -especialmente en el orden material- muy abajo. Así, el rey Midas, rodeado de oro, resultaba pobre; mientras que el viejo Sócrates, con su túnica raída, se sabía rico. Riqueza y pobreza no tienen que ver con lo que se tiene, dicen los sabios, sino con la libertad interior con respecto de lo que se tiene y de lo que no se tiene. Hay que reconocer que ese rebajar las expectativas sobre «lo suficiente» puede llevarnos a la inacción, a la parálisis: si no deseamos nada, si nada nos falta, ¿qué puede movernos? Por eso, a los sabios de la antigüedad respondían algunos listillos diciendo que el hambre de riqueza, que el afán por elevar el listón de lo «suficiente», es el motor del hombre. Yo debo discrepar de los listillos. Debo discrepar de los listillos porque la lógica de los bienes materiales y la lógica de los bienes inmateriales son distintas. Si yo reparto una tarta con varios amigos, desde el punto de vista material, me empobrezco. Si yo reparto una tarta con varios amigos, desde el punto de vista espiritual, me enriquezco. Y si lo que reparto no es una tarta, sino una reflexión, una vocación, o un proyecto, entonces no sólo mis amigos y yo nos enriquecemos: también se enriquecen la reflexión, la vocación y el proyecto. Los listillos dicen: si elevo mis expectativas para apropiarme de más riquezas, conseguiré más. Los sabios responden: si en la vida buscas poseer bienes -la posesión es una lógica de lo material-, sean lo nobles que sean, siempre serás esclavo de esos bienes. La lógica de los bienes inmateriales, sin embargo, nos revela «la riqueza del regalo». Si al darme a mí mismo resulta que, sin esperar nada a cambio, recibo más de lo que doy, me sé regalado. Al saberme regalado, me descubro gratuitamente enriquecido. La riqueza gratuita recibida me torna agradecido. El agradecimiento me impulsa a co-responder. A darme, a regalarme, a actuar. Y no se trata ya de lograr cosas para mí. Sólo de compartirme, porque ya me sé rico. Creo que de esa riqueza espiritual hablaba madre Teresa de Calcuta. Una riqueza que no llama a la inacción, sino a una mayor entrega. Quizá allí reside el secreto de la auténtica riqueza.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach