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SIN CONCESIONES

El último libro de Gabo

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura4 min
Opinión22-04-2014

Este no es un artículo más sobre Gabriel García Márquez. Que nadie espere otra alabanza al genial escritor, pues ninguna amalgama de palabras estaría a la altura del Premio Nobel de Literatura. Gabo era magistral y lo sigue siendo después de muerto. Como el Cid en Valencia, gana batallas literarias sin necesidad de escribir una línea. Todo su legado queda en los libros, donde vivirá para siempre. Entre periodistas hay casi unanimidad en admirar a García Márquez y, por eso, su fallecimiento recibe mayor notoriedad que el de otros referentes del sector. Fue un maestro de las letras y un defensor a ultranza de la profesión. Valga como ejemplo su célebre frase: "El Periodismo es el mejor oficio del mundo". Pero este no es un artículo más sobre Gabriel García Márquez. No lo es porque hasta el más romántico a veces cae en el desamor. Gabo se enamoraba con facilidad de las mujeres, aunque sólo fuera con superficialidad. Estaba obsesionado con la belleza del cuerpo femenino, en lo cual no le faltaba razón. Pero en sus memorias roza la paranoia con párrafos cargados de lascivia. Sorprende escrito con avanzada edad, sobre todo al recordar sin ningún decoro a algunas de las mujeres que convivieron en su misma casa. Sólo escribió un volumen de la trilogía biográfica que prometió para acrecentar aún más su leyenda. Pero es suficiente para descubrir cómo era la persona y cómo se forjó el periodista. Mujeriego hasta rozar lo enfermizo, vividor de la noche con todos sus vicios, fumador exagerado de hasta 60 cigarrillos por día, perezoso en los estudios y con una vanidad que servía de motor para alcanzar sus sueños. Algunos testimonios que ahora le idolatran lo describen como humilde y cercano, pero su último libro apunta lo contrario. Las memorias de Gabito, como le apodaban de niño, confirman su grandeza literaria pero empequeñecen a la persona. Esa impresión me quedó cuando en 2002 devoré esas páginas con el fanatismo de un discípulo que anhela aprender sus trucos. Ahora, al hojear su juventud, se ratifican mis temores. "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Esta declaración de intenciones en la primera página evidencia que a García Márquez le gustaba más contar historias que hechos. He aquí la notable diferencia entre el novelista y el periodista, entre lo que el colombiano soñaba con ser y el instrumento que empleó para conseguirlo. Todos los periodistas convivimos en nuestro interior con un escritor frustrado, pero conviene distinguir el fino trazo que separa ambas vocaciones. Sus inicios, en toda clase de periódicos que abandonaba al mejor postor, fueron principalmente en columnas y editoriales. Fue precoz en la brillantez y en otras muchas cosas, como él mismo se jacta con las "mujeres de consolación". El talento de Gabo tiene dos secretos: la lectura y la vocación. Desde pequeñito leyó todo lo que caía en sus manos y luchó por ser escritor. Le gustaba leer y escribir. Sin embargo, sorprende su crítica feroz al mejor libro jamás escrito en lengua española, El Quijote. Para el soberbio -en ambos significados de la palabra- García Márquez, la obra legendaria de Miguel de Cervantes era propia de leer en el "inodoro" (sic). "Me aburrían las peroratas sabias del caballero andante y no me hacían la menor gracia las burradas del escudero, hasta el extremo de pensar que no era el mismo libro de que tanto se hablaba". Lo mismo pueden pensar muchos sobre su afamado Cien años de soledad. El Premio Nobel se convirtió en un gigante de la literatura pero es posible que ni así hubiera espacio en su interior para cobijar tanto ego. O emprendió la redacción de sus memorias enajenado por alguna enfermedad que siempre negó la familia o, ya de viejo, no tuvo reparos en escribir lo que pensaba tal y como lo pensaba. Siempre fue un apasionado del libre albedrío, rozando el libertinaje. Sin embargo, apoyó regímenes políticos como el de su amigo Fidel Castro donde las libertades brillaban y siguen brillando por su ausencia. No hay que desmerecer en absoluto el legado literario de Gabriel García Márquez, al que durante años admiré y del que me desengañé al descubrir otras cualidades humanas. Puestos a hablar de periodismo y a buscar ejemplos en la profesión, siempre prefiero quedarme con otro escritor que trabajó a pie de campo en mil batallas -especialmente bélicas- y que impartió grandes lecciones para mejorar este oficio. Se trata de Ryszard Kapuscinski, de una generación similar a Gabo y que dejó para la posterioridad una frase más profunda con una lección más importante: "Para ser buen periodista hay que ser buena persona".

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito