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ANÁLISIS DE CULTURA

El pintor del Rey

Fotografía

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura09-10-2013

Es una de las escenas más significativas y realistas del barroco español: una anciana cocina unos huevos en un hornillo de barro. A su lado, un niño con aspecto de madurez demasiado temprana porta un melón con una mano. Con la otra, una frasca de vino. La luz y la sombra de la imagen concuerdan a la perfección con la cúspide del naturalismo tenebrista heredado de Caravaggio. Y el bodegón que ilustra la parte derecha de la imagen es sin duda uno de los más perfectos del arte español. Y sólo era el comienzo de la carrera del que Manet llamaba “pintor de pintores”, el que, según confesó a Charles Baudelaire, “es el mayor pintor que jamás ha existido”, cuyos cuadros al lado de los suyos conseguían que “todos los retratos parezcan pinturas cuando él logra captar la naturaleza misma". La obra de Diego Velázquez tiene mucha cualidades, pero su habilidad para captar la importancia y el mensaje del retrato cortesano de la época le sitúan como alma máter. El saber adaptarse a cualquier ambiente, bien demostrado ante la corte papal de Roma, donde Velázquez transmite la empatía propia del género en la metrópoli sofisticada del arte, o en Las meninas, su obra culmen, donde exhibe orgulloso la Cruz de la Orden de Santiago en un logrado acercamiento al universo femenino e infantil. Dicen los rumores que Velázquez se aburría pintando, que sus pinceladas eran las propias de un artista apresurado, lo que en realidad supone pintar alla prima, sin necesidad de bocetos y previa al impresionismo, porque era esa seguridad la que le dio ese misterioso efecto que ahora se puede observar en el Museo de Prado, que reúne en su última exposición los últimos once años del artista, aquellos en los que la familia de Felipe IV corrieron la suerte de experimentar los mejores años del artista y los comienzos de sus discípulos. Un Felipe IV celoso del triunfo de su retratista en Roma le reclama cual pareja caprichosa para inmortalizarle, tras el éxito goloso que recibe con el retrato del Papa Inocencio X. Un cambio dramático que devuelve al artista la distancia y el hieratismo de los que se había apartado en su periplo romano. ¿Era desproporcionado el juicio de Manet? ¿peca de principio de autoridad, algo ineficaz en el arte? De momento Las meninas no logra un férreo competidor. Antonio López ha tardado más del doble en pintar a la Familia Real, retrato encargado por Patrimonio Nacional hace 18 años. Y gracias a que por entonces ni el Príncipe ni las Infantas estaban casados.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press