IMPRESIONES
Mi Dios no está en el Olimpo
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión10-09-2013
Theresa Zabell, consejera delegada de Relaciones Internacionales para Madrid 2020: “No tenemos explicación para lo que ha pasado. Las otras candidaturas veían esta mañana a Madrid como ganadora”. “Me siento algo humillada. Si hubiéramos sabido que íbamos a sufrir esta situación, no habríamos implicado al Príncipe”. La verdad es que la candidatura de Madrid tuvo la mejor nota en la Comisión de Evaluación, la mejor presentación y el mayor apoyo popular. Pero eso no importa. Los miembros del COI tienen criterios e intereses que no son ni objetivos ni públicamente confesados. Podríamos criticar esa política de lo irreal del COI y de tantos organismos internacionales, llenos de especialistas en buenos hoteles y comilonas, muy entrenados en eso de tomar decisiones importantes sobre realidades maquilladas cuyo fondo desconocen absolutamente. Podríamos salvar un poco la cosa desvinculando el COI y sus decisiones del Deporte, así, con mayúscula. Ese es el truco que usa el mismo COI en sus discursos para domesticar a los deportistas. Ese es el discurso que han comprado la delegación española, nuestro Príncipe y los medios de comunicación. Con todos ellos, podría yo aquí hablar del espíritu de sacrificio, la resistencia a la adversidad, la capacidad de superación, el afán de competición, el compañerismo, el representar a un país… Y todo eso está bien, y sería verdad. Sin embargo, nada de eso justifica que compremos una idolatría del deporte que ya estaba presente en las Olimpiadas originales. Correr 100 metros lisos en menos de 10 segundos mola. Es verdad. Pero convertir en Dios a quien dedica su vida a pelearse con un cronómetro es otra cosa muy distinta. Ya estoy más que cansado del tufillo que desprenden los discursos del COI y las justificaciones posteriores en las derrotas. Si alguien me preguntara qué vida de otro querría para mí, seguramente diría que no quiero otra que la mía. Pero, si tuviera dudas, entre los primeros descartes estarían personajes como Usain Bolt, cuya vida en la cumbre no envidio en absoluto y cuya cumbre durará menos que una estrella fugaz. Y no digamos lo poco edificantes que me parecen frases como “podremos perder, pero jamás seremos vencidos”. ¿Mande? El Dios en quien yo creo no está en el Olimpo, sino en un pedazo de pan y en el corazón de todos mis hermanos. El Dios en quien yo creo ya ha ganado y nos invita a una victoria que no supone la derrota de otros. El Dios en quien yo creo ha destruido mi miedo a los cronómetros. El Dios en quien yo creo me quiere igual gane o pierda, me supere o no, tenga o no pasta y sepa venderme mejor o peor. El Dios en quien yo creo me ha hecho único; Él y yo lo sabemos y no tengo especial interés u orgullo por demostrárselo a nadie. El Dios en quien yo creo tiene emisarios que además de hablar de superación y lucha, hablan de paz y de amor, de llamar hermanos a todos los hombres, y convertirnos, nosotros, en guardianes de nuestros hermanos. Allá el COI con su endiosamiento mediocre de sí mismos. El Dios en quien yo creo ya me ha dado carta de ciudadanía divina en un mundo sin muerte, ni derrotas, ni injusticias.