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ROJO SOBRE GRIS

Todos los días de su vida

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
Opinión05-07-2013

De mi tía recuerdo un collar de perlas largo. Me parecía joven y divertida. Hablaba alto y se reía mucho, y a mí aquello me gustaba: me gustaban su alegría y su jovialidad, que hacía deporte y quería estar delgada, que se pintaba las uñas y se ponía guapa. Yo siempre quería estar con ella o muy cerca de ella. La recuerdo una tarde de paseo por el monte. Era verano, y hacía mucho calor, ese castellano de cielo azul abrasador y de tierra que quema. Estábamos sedientas. “Yo aporto una naranja”, dijo, y sacó una enorme naranja del bolsillo delantero de su delantal. La compartimos entre las cuatro: ella, mi madre, mi hermana y yo. Después dijo algo como “las mondas se tiran al monte porque se convierte en monte”, y las colocó en algún lugar sabio entre las encinas. Mi tía es la mujer de mi tío, y mi tío es mi padrino de bautismo. De él siempre he pensado que si me quedara sola en el mundo y él siguiera vivo sería la persona encargada de seguir alumbrándome. Desde pequeña, todo lo simbólico me resultaba sumamente atractivo, pero especialmente importante me parecía lo simbólico que representa vínculos invisibles entre las personas y que tienen que ver con las cosas de Dios. Mi tío, que es hermano de mi padre y casi un calco de él, era en mi corazón una especie de “padre de repuesto” para que nunca me quedara sola. Mi tío era la única persona mayor a la que le gustaban los dibujos animados, las avionetas y las aventuras. En su casa había un sillón rojo magenta, y no cualquier hombre asume un color tan peculiar. Su coche siempre era un poco más grande que el de mi padre, y a mí me gustaban los coches así: grandes, los más grandes. Se intuye por sus silencios en mi tío una vida interior muy honda y especial. Le brillan los ojos cuando algo le divierte y cuando está feliz. Le brillan como a mi padre cuando nos ve contentas a mi hermana y a mí. Me gusta cómo le brillan cuando le demostramos que le queremos y estamos todos juntos, y me conmuevo cuando le brillan porque nos vamos y toca decir adiós. De ellos recuerdo que son “el tío Servidio y la tía Dorita”, una sola cosa, dos personas pero inseparables. Recuerdo que así los sentía de pequeña: con esa intuición de la infancia en la que reconoces unidas las cosas que tienen que estar juntas, quizás porque necesitas ser querida al unísono por ellas. Rojo sobre gris a 50 años compartidos en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad cada día de sus vidas. Rojo sobre gris al trozo de biografía que con su matrimonio han escrito en mí y a lo que les queda por escribir.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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